Imagino la cara de satisfacción de Jaime Peñafiel. El amigo del don Juan del exilio en Estoril, el cronista de la corte del juancarlismo, el de siempreatuspiesMaríaTeresa, ya había avisado de que no le gustaba la chica del Telediario para ser reina y desempeñar el papel que él entendía reservado a muchachas de sangre azul, alta cuna y registro antiguo en el Gotha. A Peñafiel le dejaron solo en aquella cruzada que el hombre emprendió de plató en plató y de micrófono en micrófono; sus chácharas sobre la joven aspirante al papel de consorte encontraban la réplica hasta de quienes observan la monarquía como una institución anacrónica, un régimen en vías de extinción, pero defendían la libertad del futuro monarca para elegir pareja sin ningún tipo de restricciones por estrato social, profesión o, como era el caso, su condición de divorciada. En otras monarquías del norte de Europa esos tabúes habían pasado ya a la historia y los jóvenes príncipes o princesas se saltaban la tradición conminando a sus padres a un “esto hay: o lo tomas o lo dejas”. Y ya se sabe que preservar la institución está por encima de todo, que es lo que les enseñaron sus mayores. Así que mientras Peñafiel, como un paladín, fustigaba a Letizia, la muchacha marcaba territorio avisando de que no iba a ser un jarrón decorativo en el palacio de su cuento de Cenicienta.
Letizia es mucha Letizia. Con tiempo, se ha quitado de encima a cuñadas y cuñados y a los suegros; a unos porque dan mala imagen al negocio sentados frente al juez y a los otros porque solo trabajan para su negocio o el de sus amigos. De tal forma que solo hay una Familia Real y esa es la de Letizia, sus niñas y el marido que da discursos y se viste de militar. Solo era cuestión de tiempo que algún reportero cazara un mal gesto de la reina con alguien de su parentela. Ha pasado y se ha montado la de Dios. “Esa es su verdadera cara”, ha dicho la esposa del heredero del trono griego (un sobrino de Sofía), una mujer que cambió fortuna paterna por título regio. Aún no he escuchado a Peñafiel, pero le imagino ufano ajustándose las gafas. Los telediarios ya no hablan bien de Letizia.