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El final de las vacaciones

Después de haber ordenado y tolerado las vacaciones del mejor modo posible -las vacaciones de sus padres y suegros, quiero decir-, mi prima y su mozo ocuparon las últimas jornadas de fiesta organizando cuadrantes, ajustando los días de libranza y horarios infames para continuar colocando a sus dos criaturas con los abuelos, los que sean y casi como sea, que la vida no da para más. Hay que reconocer que los dos angelicos, dos cabezones físicos y mentales, son ya tipos con gustos definitivos porque han completado sin saberlo aún varios maratones en un piso de 65 metros cuadrados, también han desmontado algún mueble, además de haberse hecho varios gladiators day de par de mañana y preferentemente en días festivos para solaz y relajo de los vecinos, convencidos en toda la escalera que los dos chavales o van para los Juegos Olímpicos o tienen sitio en alguna edición del futuro de Bricomanía en la selva. Y así, las vacaciones que sí han terminado de verdad -si alguna vez comenzaron- son las de amatxis y aitetxis que, desde hace unas horas, han dejado de cuidarse entre ellos y de tener horarios menos indecentes para lanzarse de nuevo a poblar parques y columpios con los críos planeando la enésima fuga de la silleta, enredados entre las piernas o goteando piedras por la boca, que entre las fauces suele acabar todo. Toda una vida intentando salir del nido familiar, soñando futuros, para seguir siendo dependientes de estos abuelos fornidos, que queremos eternos y sin una muestra de fatiga o temor. Que lo mismo sujetan a estas dos fieras, que dan de comer a todo el que se asoma por casa, consuelan y empujan. Todos juntos muchas horas, criando la tribu a los niños, cuidando de los que se marcharon un día pero que nunca se acaban de ir, apoyándose en los más veteranos. Y así, va la vida pasando. Mi prima y su mozo, ellos lo saben, tienen mucha suerte.