a despoblación no es un fenómeno reciente. En los años sesenta del pasado siglo se intensificó la marcha de gentes de los pueblos a la ciudad. La floreciente industria y la construcción resultaban más atractivas que el siempre duro e imprevisible trabajo en el campo. La urbe presentaba muchas más ventajas y servicios, además de la cercanía de la atención sanitaria o la oferta de ocio. Las localidades en las que se asentó alguna fábrica consiguieron mantener sus habitantes y sostener cierto pulso vital, mientras que las ajenas a la industrialización cayeron en un lento proceso de deterioro hasta rozar el abandono. En cincuenta años, los diferentes gobiernos no han encontrado una fórmula para contraatacar ese éxodo, consecuencia del progresivo deterioro de esos pequeños núcleos donde la vida diaria se va deteniendo poco a poco hasta correr un serio riesgo de quedar reducidos a la simple subsistencia. Que es lo que está pasando.

Hablamos de un fenómeno rural -del que va a ocuparse mañana este periódico en unas jornadas- pero los últimos datos conocidos trasladan el problema al corazón de las ciudades. Salvando la distancia abismal del impacto que produce ese proceso en el que las personas desaparecen del paisaje de las calles en pueblos y ciudades, la constatación de la caída del censo en Pamplona y en particular en su casco viejo, alerta sobre un proceso degenerativo al que no son ajenos los efectos del coronavirus pero que viene envenenado por el desorden y las molestias que causa el ocio nocturno, las dificultades para acceder a una vivienda, el cierre progresivo de comercios€ Si el corazón de la ciudad no late con vigor a diario -no solo en las noches de fin de semana- la ciudad está perdiendo una parte de su esencia.

Pero hay más. Me refiero a la despoblación como merma de personas, a la progresiva falta de renovación en el padrón, al saldo negativo del crecimiento vegetativo. En el primer semestre del pasado años los nacimientos disminuyeron en Navarra un 6,5% respecto al mismo periodo del año anterior. Y aquí, si echamos cuentas, no se puede responsabilizar al covid. La población envejece y la renovación en la base de la pirámide es corta, con el desequilibrio social que ello augura. Traslademos ahora el problema a esos pueblos en los que desde hace años no celebran un nacimiento. Preocupante.

Hablamos de un fenómeno rural, pero los últimos datos conocidos del censo trasladan también el problema al corazón de las ciudades