Ya dice mi hermana Kutxita que es una carrera que se nota la organizan mujeres y conlleva que implica a las familias, lo cual siempre supone un éxito, y tiene razón. Ayer Pamplona fue la gozada, se tiñó de rosa para apoyar y animar a las pacientes y, sobre todo, para reivindicar que haya más investigación que pueda avanzar en el tratamiento y cura del cáncer de mama; un auténtico drama que cada año bloquea a cerca de 400 familias en Navarra y encarrila a cada una de las mujeres diagnosticadas en un túnel de miedo, incertidumbre y molestias. La interminable mañana -habían cambiado de hora- permitió que después de correr o andar casi cinco kilómetros o más por el corazón de Pamplona las personas participantes en este evento popular se agolparan en torno a una abarrotada Plaza del Castillo a bailar para animar a todas las mujeres que como Edurne, Esther, Mai, Ana y el largo etcétera han pasado o están pasando por este duro trance. Se intenta animar, se intenta poner en la piel de la enferma, pero las pacientes son ellas, aunque podamos ser cualquiera. Son ellas las que van a tener que enfrentarse al miedo, a la quimio, a la peluca, al quirófano? a la enfermedad, a la cirugía, al dolor. Ellas son las valientes y las y los demás los que tenemos que estar ahí, armándonos de valor, animando, empujando y recordando a las que tuvieron peor suerte y nos dejaron. La carrera de Saray es una catarsis colectiva, una exhibición de cariño, empatía y de solidaridad en la que merece la pena participar. Ayer Pamplona fue escenario de esa demostración. ¡Zorionak! a todas las personas que se enfrentan a esta afrenta. Vosotras a lo vuestro, a curaros, y el resto a pelear para que nuestros impuestos se dediquen a lo importante, a investigar y a aplicar los conocimientos, la investigación; a curar y aliviar.