uede claro que la solidaridad genuina, la que se brinda desde el corazón sin esperar nada a cambio, se agradece y sustenta a toda colectividad que se diga humana. Pero no me negarán que en estos días concurre la paradoja de que, cerrados a cal y canto, se aprecia sin embargo una sobredosis de exposición pública por un afán inaudito de protagonismo con el combate ciudadano contra el coronavirus como pretexto. De personas como usted y como yo que se han lanzado a una producción audiovisual frenética que igual difunde sus presuntas dotes para la cocina o las artes plásticas que sus supuestas destrezas para el entrenamiento físico de salón o la reparación de muebles, demasiado a menudo sin más virtud que el entusiasmo. Esa hiperactividad exhibicionista denota un egocentrismo bárbaro y resulta agotadora, pero al fin y al cabo se trata de gente anónima sin más pretensión que gustar a los demás a través del entretenimiento. Mención aparte merece el directamente insoportable narcisismo de las celebridades que alcanzaron popularidad por sus capacidades en campos ajenos a la salud pública pero que ahora se autoerigen en voces autorizadas en virología y gestión de crisis sanitarias, recetando soluciones y culpas con un atrevimiento proverbial. Y eso tras más de 120.000 muertes confirmadas de entre dos millones de casos acreditados en 185 países -cifras tan impactantes como absolutamente provisionales-, mientras la comunidad científica trata de desentrañar las claves de un virus nuevo, sin tratamiento específico ni vacuna, del que se desconoce cómo puede mutar y su reacción al aumento de la temperatura. Junto con la hoguera de las vanidades avivada por este asqueroso COVID-19, como contrapunto de la fraternidad que también ha propagado por doquier, merece censurarse el impúdico marketing empresarial perpetrado por aquellos que utilizan la sensibilidad a flor de piel del ciudadano corriente para hacer negocio. Mediante el arbitrio de campañas de autopromoción dedicadas a manipular las emociones para que se vincule la superación de la desgracia a su marca. Puro carroñerismo publicitario.