La práctica de mirar para otro lado ante un problema nunca es una buena opción. Eludir la responsabilidad ante lo que uno o una ha hecho, en algunos casos por acción en otros por omisión, tampoco. Cada cual es responsable de lo que ve y de cómo reacciona ante ello, tanto en la vida on line cómo en la vida real. El suicidio de una trabajadora de Iveco después de que sus compañeros, hombres la mayoría, compartieran un vídeo sexual de ella grabado en el pasado, nos lleva a la terrible pregunta de cómo la gente no es consciente de las consecuencias de un simple click. Creo que vivimos una época en la que hay demasiado analfabetismo emocional y una gran desinformación digital y ambas juntas son una mezcla muy peligrosa en la que un móvil en manos de determinadas personas puede ser un arma de destrucción de vidas. Todos y todas podemos tener un pasado, un pasado que incluye múltiples relaciones en todos los ámbitos de nuestra vida, familiar, laboral, escolar, de pareja... En muchos casos relaciones afectivas, sexuales e íntimas con personas que en un momento determinado pasan a otro lado y quedan atrás. Las formas de relacionarse se adaptan a los tiempos y no hay duda que hoy en día la tecnología y las redes sociales, con la llegada de internet al móvil, se han colado como un tercero en ese ámbito privado de la vida de dos. Y cada cual puede vivirlo como quiera, siempre y cuando en una relación haya acuerdo entre las dos partes. Por eso a nadie se le puede considerar culpable si se hace una foto o si se graba un vídeo y decide compartirlo con esa otra persona implicada en la relación, con la que se presupone un acuerdo no escrito de confianza y respeto. La solución no es alertar a las chicas de que no lo hagan, ni siquiera educar a los chicos para que nunca sean hombres como Fran Rivera. Con eso no es suficiente. Porque pasa, y son demasiadas veces ya, que quien se queda con ese material delicado y frágil, como es cualquier prueba de amor o relación pasada, decide utilizarlo como un arma arrojadiza contra la otra persona. Chantajes, amenazas, extorsión, humillación, desprecio, acoso, insultos... que llegan a su momento máximo solo con darle al click y reenviar. Reenviar un vídeo privado para destruir a quien sale en él es un delito. Recibirlo y, sin siquiera pensar un segundo, reenviarlo en lugar de parar el hilo y denunciarlo, también lo es. Las redes sociales son el medio, pero la acción siempre es individual. La responsabilidad también. Quienes lo difundieron podrán borrar el vídeo pero no cambiar el final: otra mujer ha muerto víctima del machismo.