No me sorprende la petición que han hecho los valles de Aezkoa y Salazar este fin de semana para evitar masificaciones en la selva de Irati. Hay miedo. No hay bares ni restaurantes abiertos, y muchos alojamientos rurales incluso están pensando en cerrar esta temporada, pero en los pueblos vive mucha gente mayor y el deambular de coches y turistas por los pueblos se teme. Porque el bicho viene en cualquier mochila y ni te enteras. De no doblegarse la cifra de contagios no sería descabellado pensar que comunidades como la navarra llegaran a decretar confinamientos perimetrales de zonas como el área metropolitana de Pamplona. Y eso que los pueblos son tan responsables como cualquier barrio de lo que ha pasado. Y ahí están los datos de las no fiestas. De huertas, de comidas... El toque de queda que se deriva del estado de alarma, instrumento de prevención no de castigo y necesario teniendo en cuenta a lo que nos ha llevado el verano y parte del otoño, nos confina de noche pero no de día. Porque no se quiere parar la producción y es algo comprensible teniendo en cuenta que no hay dinero para pagar hasta dos años de ERTE. Yo creo de todos modos por mucho cuidado que tengamos donde nos vamos a contagiar todas y todos es en el espacio de trabajo donde muchas veces resulta imposible ventilar o mantener distancias. El teletrabajo se ha implantado en muchas empresas pero en otras hay resistencias. Y no lo entiendo. Casi resulta un tema tabú siete meses después de que se estableciera, en plena pandemia, como una opción segura que, además, ya está regulada por ley y que debería facilitarse en cada centro de trabajo bajo una buena organización. Una salida laboral que precisamente vendrá bien a muchas personas que viven en los pueblos y que no tendrían que desplazarse a la gran ciudad donde se concentra una buena parte de los contagios.