La peste arrasó Europa en la Edad Media. Lo cuenta muy bien el historiador Peio Monteano en su libro Un enemigo mortal e invisible. La Peste Negra llegó en 1348 a una Navarra superpoblada y después de varios años de hambruna. Cuando la gente comenzó a morir (y ocurría en todos los contagios) la única solución que encontraron era abandonar sus pueblos, huir. En dos años murieron de hambre o de peste más de la mitad de los navarros y navarras (ahora, el covid no llega al 1% de tasa de mortalidad). Durante siglos, la única solución que encontraron era rezar creían que era un castigo de Dios y, sobre todo, escapar quien podía hacerlo. Monteano también recuerda que a la peste no le venció la medicina (la vacuna no se descubrió hasta el siglo XX), sino, al igual que ahora, "la constancia, higiene y disciplina en el cumplimiento de las medidas sociales". El miedo que roza el pánico, la desinformación, la discriminación hacia los enfermos y a quienes los cuidan, escapar los que podían (se vio muy claro en la primera ola) a otras residencias o países, las teorías de la conspiración sobre el origen del virus, ver al contagiado especialmente si es pobre e inmigrante como una amenaza, incompetencias en la gestión, el aumento de la pobreza y de los muertos nos enseñan el paralelismo entre ambas pandemias a pesar de los siglos. La covid también nos ha vuelto a recordar lo frágiles que somos los seres humanos y la importancia de la solidaridad para nuestra subsistencia como especie. En pleno siglo XXI los grandes avances de la ciencia no consiguieron frenar durante meses el avance del virus, la mejor defensa fue y ha sido simplemente quedarnos en casa, escondid@s, para evitar que el depredador nos devorase. Al igual que en la Edad Media los débiles y los más pobres han sido quienes más han sufrido el impacto de esta crisis. Es de esperar que con la progresiva inmunidad de grupo la transforme, como ya ocurrió con otras como la gripe, en una epidemia estacional. Se estima que los más países más pobres podrían no disponer de ellas hasta 2023 o 2024. La covid-19 ha revertido los modestos avances en la lucha contra la pobreza extrema y, en especial, en los países más subdesarrollados sobre los que se levantarán nuevos muros a los ya existentes. Y quizás veamos centros parecidos a leproserías en países desarrollados.