No tuve la suerte de conocerle y pese a ello seré una de las muchísimas periodistas que ha querido despedirse de David Beriain. Quizás porque admiraba su trabajo, que empecé a conocer cuando se adentró en los campamentos de las FARC para hablar de la clandestinidad en la que vivía la guerrilla colombiana. Algo se removió en mis entrañas después de su asesinato. Fue otro disparo en mi interior. En este viejo oficio del periodismo no es fácil toparte con gente que tenga tan claro cuál su deber ético. Reconozco que he tenido debilidad por una generación de periodistas de guerra, por meterse en la boca del lobo.

Cuando llegué en el 91 al periódico Navarra Hoy, en segundo de carrera, quería colaborar en Internacional. Pablo Gorria, jefe de Comarcas, me dijo que aparcáramos la Guerra en el Golfo Pérsico porque necesitaban una corresponsal en Burlada. Con el tiempo y el rodaje te das cuenta de que el periodismo es apasionante en todas sus facetas y que te da la oportunidad de conocer a gente fascinante de la que aprendes muchísimo. También de grandes periodistas locales capaces de rascar historias escondidas en los pueblos y de sus gentes. Pero es cierto que cuando empecé a estudiar Periodismo (promoción 88-93) mis héroes eran Ramón Lobo, Manu Leguineche o Gervasio Sánchez, entre otros. Y lo que ocurría en Balcanes, Irak, Afganistán, Somalia... lo magnificaba.

La profesión y la vida personal te llevan por otros derroteros y la necesidad de buscar nuevos relatos, la curiosidad por saber lo que está pasando, por contar historias, escuchar y filtrar lo que observamos para acercar la realidad a los demás, y aportar tu granito de arena para hacer una sociedad mejor, sigue latiendo pero, lo confieso, siempre me quedará esa deuda conmigo misma. Esa semilla llegó a través de mi tío misionero Pedro Ibarra y sus historias sobre el Congo y Uganda, y ese empeño mesiánico en buscar la verdad y hacer justicia. ¿Y si me hubiera planteado en aquel momento dejarlo todo y volcarme en aquello que me atraía? David Beriain era más joven y quizás por eso respetaba aún más su valentía en Irak, Afganistán, Sudán, Colombia o Pakistán. "No juzgaba, sabía que en todos hay humanidad con la que contactar", aseguraba recientemente Ramón Salaverría, incomparable compañero de universidad y profesor de David. Narcos, presidiarios, terroristas... En una entrevista a Enara, una alumna del colegio de Artajona respondía: "En lugares donde hay guerras las personas tratan de hacerse daño los unos a los otros. Yo no voy a solucionarlo pero podemos llamar la atención sobre las personas que mandan para que tomen decisiones y arreglen la situación", destacaba quien era capaz de ponerse en la piel de los "buenos" y de los "malos" con tal de contar la verdad. El periodismo vive un momento complicado y a la vez cargado de desafíos.

El mundo digital nos acerca más al lector pero también nos obliga a trabajar más rápido y a veces nos impide reflexionar todo lo que quisiéramos. A su vez, cualquiera coge un móvil o cuelga un vídeo y cuenta una historia. El periodismo es más necesario que nunca. Entre populismos, pandemias, guerras, lobbys económicos, fake news y una larga marea informativa. Tener sentido crítico, contextualizar y contrastar para saber lo que está ocurriendo y avanzar lo que puede pasar es el periodismo. Y arriesgar. Como lo hacía David.