ace bastante tiempo que la urgencia, la precipitación, le ganaron la batalla a la información que, aunque tiene ahora en la inmediatez exagerada nuevos horizontes que explorar y medir, se ha doblegado en todo esto de la pandemia a la subyugante llamada de las sirenas y del ruido. Ese arrebatador ambiente catastrofista, en el que lo exagerado triunfa.

A todas horas todos los días, con deleite según quién, dando malas noticias, se ha convertido además de en un ejercicio de tenacidad considerable, en un sufrimiento para el que las recibe. Un rutinario suplicio que nos han aplicado sin medida en este asunto terrible siempre y tedioso a veces de las andanzas del coronavirus.

Hace unos meses, semanas incluso, soñábamos con una vacuna para detener la enfermedad y combatirla donde nos duele, en los familiares y seres queridos, y ahora que la organizada carrera entre laboratorios podría estar entrando en su larga recta final -con todas las cautelas y sin demagogias, algo positivo se está cociendo que puede desembocar en un remedio en un plazo razonable-, hay una corriente de opinión que está más entretenida pinchando el globo de la esperanza que alimentando esa llama con la aportación de datos científicos y reflexiones serias desde ese lado. Buena parte de la ciudadanía simplifica con razón esta información laberíntica sobre la pandemia y la reduce a términos de bueno o malo. De malo hay mucho, porque vamos sobrados de desgracias y muertos, pero que ahora en el lado bueno se ve una luz donde antes sólo había un pozo negro también es verdad.

El plan de vacunación anunciado ayer, lanzado a la opinión pública aquí, como en otros sitios han montado sus estrategias, es mejor contemplarlo así, como un horizonte para la ilusión, para la confianza en los que saben.

Las buenas noticias son necesarias, hay que saber contarlas y no liquidarlas de un plumazo, aunque ahora seamos todos virólogos en ciernes y sepamos de las vacunas que no han venido más que los que las están elaborando.

Expectantes ante estos científicos que no están para bromas ni pendientes de los telediarios -los beneficios económicos de sus remedios no serán para ellos-, ya se verá cómo se gestiona todo este trabajo colosal, ese deber de que la vacuna llegue a todos. La esperanza siempre es una buena noticia. No significa creérselo todo.