ace unos días que me colocaron el microchip ése del que advierte Bosé aprovechando que a los viejillos nos tocaba vacunar y que con nuestros cuerpos, desconcertados que estamos en esta ciudad en la que te descuidas y te has metido en una terraza o en un concurso de hípica, y que con nuestros espíritus ya no tan indomables, hacen lo que quieren.

En los grupos de WhatsApp en los que la edad es uno de los elementos de aglutinación, he visto más entusiasmo y alegría que terror y desconfianza por acudir a la cita con la vacuna. Como que llegaba el día esperado, que se había cumplido la espera y un ciclo, que empezaban a repartir los paraguas en medio del temporal que se ha llevado a muchos.

Hay que reconocer que para ser una conspiración mundial silenciosa para controlarnos, es un ritual muy bien montado y ordenado, en el que tienes cita, con hora y fechas muy programadas, e incluso todo el personal resulta estupendo, los auxiliares que atienden antes, encantadores y las enfermeras, unos ángeles que te pinchan y entretienen en el mismo movimiento. Otro para la secta, pensarán ellas malévolas, que te espero para la segunda dosis y ese día ya no tienes vuelta atrás, eres de los nuestros, fan irreductible.

Tengo un par de amigos a los que les ha jodido de verdad que les hayan descubierto la edad, porque esto de la vacunación se ha convertido también en un acto social, en el que para que te dejen pasar, en la entrada, tienes que enseñar el DNI o invitación, como en las discotecas de siempre en las que se hacía criba. Esta es una secta de conspiradores de lo más rara.

Aunque ahora, pensándolo bien, con el chip viajando por el cuerpo quizás sea el momento de cambiar de bando y abrazar a los desconsolados del botellón, un grupo caótico y ruidoso en donde no se necesita cita previa para entrar, ni carné, ni edad mínima o máxima, ni cerebro en uso, ni sentido del ridículo -¡escóndete cuando te filman mamao chaval!-, ni nada. Un lujo. Vamos a por otro chip...

Con el chip viajando por el cuerpo quizás sea el momento de irse a una secta más divertida, en la que no piden DNI ni nada, la del botellón radical