En la política es importante el qué se defiende y el cómo. Y por su puesto el cómo irse. No están acostumbrados los dirigentes a remar contra el viento y tanto las derrotas como el alejamiento del poder les rompe a muchos los esquemas y hace que su cacareada cantinela de servicio público pase a mejor plano. Tal perorata viene a cuento de la insólita decisión de la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría de buscarse acomodo profesional en Cuatrecasas, uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de España tras dejar hace nada la política. La número dos de Rajoy es hábil y ha tenido a bien anunciarlo pocos días después de pasar por el Supremo como testigo en el juicio al procés para no empañar su estreno en el susodicho despacho de postín tras declarar como encargada de la operación diálogo del expresidente en Catalunya. La decisión es de indudable legalidad pero tiene un ligero tufillo de inmoralidad. Abogada del Estado y miembro del Consejo de Estado, Soraya Sáenz de Santamaría ha pasado a trabajar en Cuatrecasas como socia del área mercantil, que es precisamente donde estos conglomerados consiguen pingües beneficios. Su anterior cargo le debería exigir algo más de lealtad con la Administración y no desvincularse tan rápidamente llevándose sus valiosa agenda de contactos y su conocimiento de importantes secretos de Estado (tuvo en sus manos los designios del CNI varios años) al sector privado. Pero es que, además, Emilio Cuatrecasas fue condenado a dos años por ocho delitos fiscales en 2015 pero evitó la cárcel tras pactar con el fiscal y la Abogacía del Estado que dependía de Santamaría. El fraude fiscal consistió en deducir como gastos empresariales el coste de su propia vivienda, segundas residencias, un barco de recreo y su tripulación... Una suntuosidad a la que es difícil sucumbir y unas prebendas (estas o similares) que suelen acompañar a estos creadores de ingenierías financieras para beneficiar a los más poderosos. Es ya habitual ver a políticos del PP recolocados en el sector privado para acabar forrados, pero a este paso vamos camino de convertir las puertas giratorias y el tráfico de influencias en determinados estamentos en una forma de corrupción tolerada y ciertamente amoral.