Cuando Pablo Iglesias presentó Podemos en sociedad en enero de 2014 enfatizaba que no nacían para ser un partido testimonial sino que iban a por todas. Surgidos de las asambleas de indignados de cientos de plazas y calles españolas emergía un nuevo líder bautizado enseguida como el coletas. Con una personalidad arrolladora, pese a sus numerosos detractores, se perfiló enseguida como un purasangre de la política, tenaz y ambicioso, que se marcó el objetivo de asaltar el cielo de La Moncloa.

Y allí se instaló ayer tras tomar posesión de su cargo y prometer ante el rey, ante el que no se cuadró con la estética militar que acostumbran muchos ministros de la derecha, pero ante el que realizó un breve saludo mientras andaba, con una leve inclinación de cabeza, en dirección a donde se situaba Felipe VI y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Tras seis años de zafarse en la primera línea política (con crisis de liderazgo incluida por el gran error estratégico del chalé de Galapagar) se sentará hoy en el Consejo de Ministros atesorando un perfil más moderado, institucional y dialogante.

El sorpasso al PSOE que auguraba tan ufano no se produjo, pero tampoco el veto inmisericorde con el que le señaló en su día Sánchez. Ese tira y afloja y los resultados electorales a la fuerza ahorcan se tornará hoy en una estampa histórica, valiente e ilusionante: un Consejo de Ministros progresista y de coalición. Iglesias ha abrazado el pragmatismo político y muchos esperan también una lágrima de emoción como la que se le escapó el día de la votación de investidura. Los gritos de "Sí se puede" resonaron también ayer en su toma de posesión tras prometer que trabajaría "por el constitucionalismo democrático" y "garantizando y ampliando derechos sociales".

Su camino hasta el cielo de La Moncloa no ha sido fácil y deberá tener cintura política, determinación y competencias para no decepcionar a su electorado de izquierda. Porque Sánchez le ha rodeado de un Gobierno con perfiles técnicos y políticos para compensar la presencia de Podemos y tranquilizar a los mercados y la UE. Hoy empieza su verdadero reto, que ya definió hace seis años: gobernar para cambiar la vida de la gente.