En los dos últimos días he recibido mensajes de bares que anuncian el cierre para el 6 y 7 de julio y de amigos que empiezan a resignarse con que el día del no-chupinazo "habrá que almorzar en casa". También me ha escrito otro que trabaja en urgencias hospitalarias, que advierte de que "está subiendo mucho el paciente con problemas respiratorios" y de que así se empezó hace unos meses. No creo que haga falta recordar que la mitad de la primavera estuvimos confinados en casa y que la otra mitad la hemos pasado con limitaciones, mientras seguían creciendo las cifras de muertos e ingresados, al tiempo que la crisis del covid desangraba buena parte de la economía. Aunque en determinadas circunstancias se nos olvide sobre todo a partir de la tercera copa, casi todas estas restricciones con las que nos vamos acostumbrando a vivir siguen vigentes y son de una incompatibilidad absoluta con lo que entendemos que forma parte de la esencia de los Sanfermines: los mogollones de gente regados con alcohol.

Pese a todo, hay quienes no renuncian a mantener sus planes festivos para el día 6. Están en su derecho de hacerlo, siempre y cuando respeten las normas sanitarias. Así como la inmensa mayoría de la ciudadanía ha tenido un comportamiento ejemplar durante el estado de alarma y ha contribuido a detener esta epidemia, sabemos que si nos relajamos somos capaces de liarla parda. Ayer vimos las imágenes de aficionados del Liverpool festejando el título de Liga saltándose todas las recomendaciones médicas. Enviar una imagen de este tipo al resto del mundo el 6 de julio no sería nada edificante, ni la mejor forma de promocionar la ciudad. Alcalde de Pamplona y presidenta del Gobierno foral reiteraron ayer un nuevo llamamiento a la sensatez, que las peñas sanfermineras reforzaron con el anuncio de no abrir sus locales y no organizar ningún acto de carácter festivo. Una sabia decisión.