la desbocada exaltación de Esparza tras comprobar que sus posibilidades de acceder a la presidencia del Gobierno de Navarra se reducen cada día más ha cruzado líneas rojas inaceptables. “La dirección socialista ha traicionado a sus propios muertos”, dijo Esparza ayer para llamar la atención de Madrid tras el fracaso de su intento de controlar la Mesa del Parlamento de Navarra y la derrota de su candidato a la presidencia de ese órgano. Esparza lleva paseando por los medios el cadáver de ETA desde el día después de las elecciones en un intento desesperado de presionar a Ferraz y por derivación de imponer sus intereses partidistas y personales a las decisiones del PSN en Navarra. Pero la subida de tono ha alcanzado un nivel política y éticamente indigno. De nuevo, la política ofrece el peor ejemplo a la sociedad navarra sobre el uso instrumental e interesado de las consecuencias más inhumanas de violencia que ha asolado a esta tierra en el debate partidario. Esparza acusa de inmoralidad a los socialistas navarros, pero, sin equiparación alguna, no tiene vergüenza alguna en compartir candidatura con el PP, el partido más corrupto de Europa -el mismo día en que Bárcenas vuelve ante la justicia-, ni con Ciudadanos, a quien sus socios europeos han echado por su pactar con la ultraderecha de Vox. Se puede entender que Esparza esté superado per el nerviosismo ante un posible fracaso de su candidatura a presidir Navarra y de la apuesta por la coalición derechista, pero situar a los militantes del PSN y del PSOE en el ámbito de la traición a sus compañeros asesinados es simplemente una miseria política infame. No es nuevo este uso político del dolor y del sufrimiento que causó el terrorismo de ETA para intentar obtener réditos políticos, personales o económicos. Ni es nuevo por parte de la derecha sobre la memoria socialista. Basta recordar la de veces que se ha negado a condenar el genocidio franquista en Navarra o lo que le costó reconocer -a regañadientes- a sus víctimas. Esparza sabrá cuáles son sus objetivos políticos, pero es evidente que ese camino de tierra quemada que le sitúa al mismo nivel que personajes como Arrimadas o Abascal, que hacen de la confrontación y el enfrentamiento su único escaparate político, está muy lejos de la realidad política, social e institucional que salió de las urnas en Navarra el 26-M. Y le acabará aislando más como interlocutor político. No parece que sea el camino que deba recorrer UPN -otra cosa son los intereses de Ciudadanos y PP- en la Navarra de este tiempo político.