El presunto “disgusto” que mostró ayer el presidente del Tribunal Supremo español, Manuel Marchena, por las filtraciones sobre el contenido de la sentencia del procés, aún no “terminada” y que se prevé se haga pública mañana, no es sino un intento de desviar la atención y de sacudirse responsabilidades. No es precisamente disgusto lo que provoca que se filtren detalles sobre un fallo judicial que, dictamine lo que dictamine, será histórico, afecta de manera directa a 12 personas, la mayoría de ellas en la cárcel desde hace dos años y a sus familias y sobre la que hay una extraordinaria y lógica expectación. Lo que realmente produce que la prensa tenga conocimiento de al menos la orientación general de la sentencia contra los líderes independentistas catalanes de todo un Tribunal Supremo es indignación, incredulidad y vergüenza democrática. Es, sencillamente, indecente e inaceptable. Sobre todo, porque tiene su posible explicación, aunque esta repugne las conciencias de quienes aún confían en la justicia. La filtración es un arma política muy potente. A menudo se utiliza a modo de voladura controlada para que, mediante determinadas dosis de información no completa y por tanto no del todo rigurosa -y muchas veces, sesgada-, el impacto social de algún hecho vaya mitigándose hasta su conocimiento completo. Así, desde el pasado viernes se han ido conociendo pinceladas de lo que previsiblemente será la sentencia del procés: primero, que lo acontecido en Catalunya no será considerado delito consumado de rebelión, después, que los líderes independentistas serán condenados por sedición y malversación al no contemplarse la violencia; más tarde, la consideración del concurso medial de los dos delitos; o que promovieron tumultos en las calles... Todo ello, a escasas horas de que, como justificó ayer el juez Marchena, el último magistrado firme la sentencia y se convierta en definitiva. Se trata de un nuevo episodio lamentable de la justicia española. Tiempo habrá, con el contenido completo del fallo, para analizar una sentencia que apunta a indudable impulso político, a injusticia y a desproporción. De momento, cabe esperar que la posible respuesta que ya se prepara en Catalunya transcurra, pese a todo y como demandó ayer el president Quim Torra, por cauces estrictamente “pacíficos”.