o ha tenido el Primero de Mayo el brillo festivo a la par que reivindicativo que tradicionalmente ofrece. La colorida presencia en las calles por las movilizaciones de las distintas centrales sindicales no fue posible por razones de todos conocidas. Pero, para empezar, el fenómeno de este año debe entenderse como una rareza: la presencia, la representatividad y la capacidad de incidencia socioeconómica de las organizaciones sindicales no se resiente ni merma por las circunstancias coyunturales. De hecho, el peor enemigo de la acción sindical no sería tanto la desmovilización propia de la limitación de movimientos de las personas como la dificultad de acomodarse a los tiempos. Y estos son tiempos en los que la estabilidad laboral está en seriamente entredicho cuando el eslabón social más débil de toda crisis es la fuerza del trabajo, tanto más cuanto menos valor añadido atesore en términos de capacitación y formación. Ante la crisis que viene, como ante la que estaba acabando de irse, se debe responder con espíritu de cooperación y consenso. La sucesión de reformas laborales, con su depauperación del empleo hasta el extremo debilitando las herramientas del diálogo, ha dañado las relaciones entre los agentes económicos al ampliar la distancia entre empresas y sindicatos entre la sospecha de las intenciones del otro y la simplificación del discurso de señalamiento de la otra parte. Si las empresas tienen alguna dificultad para percibir un compromiso con su sostenibilidad por parte de los sindicatos, estos desconfían del reparto real de sacrificios hasta el punto de interpretar que solo los han asumido los trabajadores. Ante el drama que se avecina, con un tercio de las empresas navarras en riesgo de desaparición y buena parte de los trabajadores regulados en peligro de acabar en el paro, resulta perentorio erradicar toda dinámica de conflicto como modelo de relación. Básicamente porque la parte más débil del pulso no es la empresarial ni la sindical, sino personas con nombres y apellidos. En particular jóvenes precarizados y mujeres, a los que agregar los mayores de 55 años, expulsados del mercado laboral a cada crisis. Se trata de entronizar la negociación con un esfuerzo inédito de empatía, a partir de la doble premisa de que la pujanza de las empresas reside en sus plantillas y de que a su vez no hay actividad económica sin legítimo beneficio. En la conciliación de intereses radica la clave para sobreponerse a la tragedia económica de la postpandemia.