EÑIR las discrepancias entre estados miembro de la Unión Europea y las diferencias de planteamiento respecto a las políticas y objetivos comunes de la UE a la última cumbre de sus líderes celebrada estos días en Bruselas sería tanto como falsear la realidad. No en vano, son las mismas discrepancias y diferencias que se han venido manteniendo en los últimos cuatro meses, desde que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, trató de enfrentar las críticas por la falta de resolución de la UE frente a la covid-19 con el anuncio de un ambicioso plan de ayudas a los estados más afectados. También similares a las que se han planteado con las iniciativas europeas para afrontar otras crisis, sean económicas, como la de 2008, o de otro tipo, notoriamente la irresuelta crisis migratoria. Lo que se halla en el fondo de todas ellas es la degradación del fin común de la UE y sus políticas al horizonte de los intereses electorales internos de los gobiernos de los estados. No es una casualidad que en el bloque de quienes se han venido resistiendo al proyecto de los 750.000 millones y al presupuesto plurianual, los mal llamados “frugales” -no lo son más que otros-, coincidan gobiernos precarios y una ultraderecha creciente. Sucede en Holanda, con el VVD de Mark Rutte y dos formaciones ultras, el PVV de Wilders y el FVD de Baudet... más la amenaza del liderazgo alternativo de Wopke Hoekstra, ministro de Finanzas cuyo discurso de dureza refuerza en las encuestas al CDA, segundo partido de la coalición de gobierno. Y en Austria, donde el conservador Sebastian Kurz mantiene una insólito acuerdo con los verdes ante la recuperación tras los escándalos de su anterior socio, el ultra FPO de Hofer. O en Dinamarca, donde la socialdemócrata Frederiksen gobierna en minoria respecto a la derecha, incluyendo el ultranacionalista DF. Y, desde luego, en Finlandia, con el Partido de los Finlandeses a un solo escaño del SPD de Antti Rinne, quien gobierna con una coalición de cinco partidos. Pero también sucede algo similar en el otro bloque, donde Francia, Italia o España comparten necesidades, críticas e inestabilidad en los respectivos ejecutivos de Macron, Conte y Sánchez, quienes fían su futuro tanto o más que a la acción de sus gobiernos a la capacidad europea. Unos y otros obvian que la Unión, si quiere serlo, no puede diseñarse a medida de cada estado, mucho menos de la estrategia de sus gobiernos.