a Real Federación Española de Fútbol (RFEF) pretende experimentar con la presencia de público en las gradas del estadio sevillano de La Cartuja con motivo de la final de Copa entre Athletic y Real Sociedad. El anuncio, que debía concretarse hoy, ha chocado con los puntos de cordura que han aportado el Gobierno vasco, con las serias advertencias del lehendakari y el portavoz, y del Ministerio de Sanidad, sobre lo extemporáneo de la idea. El ansia cada vez más tangible que se respira en la sociedad de poder recuperar espacios de esparcimiento público, movilidad y ocio tras un año de pandemia hallaba aquí un aliciente. Pero era un aliciente condenado a frustrar porque, por muy deseosos que estemos todos de hallar indicios, recibir noticias que nos acerquen a la normalización de nuestras vidas, el necesario ejercicio de contención por los riesgos sanitarios aún hoy objetivos debería imponerse. De la experiencia frustrada deben extraerse apredizajes que perfiles como los del presidente de la Federación o el de LaLiga deberían interiorizar. No cabe supeditar la protección de la salud a otras prioridades que, confesables o no, tienen poco que ver con la responsabilidad que demandan los tiempos y sí mucho con el restablecimiento del negocio futbolístico en toda su dimensión. LaLiga -que actúa como patronal del fútbol- aspira a llevar público a los estadios a finales del mes que viene, lo que a todas luces se antoja aventurado. Las decisiones en ese sentido solo podrán adoptarse en función de la evolución de la pandemia covid-19 y no son pocas las voces que alertan ya del riesgo de una nueva ola de casos en las próximas semanas. Pero, más allá de la conjunción de intereses que sin duda comparten los agentes económicos y profesionales que rodean al deporte -desde los clubes a los propios deportistas- la improvisación que se atisba en el experimento parece tener que ver con la eventualidad de que la UEFA descarte que la Eurocopa de selecciones -esa que la Federación española rechaza que pueda disputar un combinado vasco- se dispute en las sedes donde no pueda celebrar los partidos con público en las gradas. Tal podría ser el caso de Bilbao en junio. Pero los ingresos que la Federación Española perdería no justifican precipitar decisiones que deben seguir supeditadas a condiciones de preservación de la salud.