ocas veces como ahora, con la salvedad quizá de algunos de los comicios que han tenido lugar en Navarra o la CAV con el telón de fondo de la violencia terrorista de ETA -especialmente las elecciones vascas de 2001-, una cita electoral en una comunidad autónoma había sido utilizada por los partidos como escenario de un enfrentamiento con objetivos mucho más allá de los que corresponden al territorio que acude a las urnas. En el caso de Madrid, cuya campaña electoral arrancó ayer, la confrontación política está llevando, de manera irresponsable, a una batalla en la que se están implicando dos gobiernos, uno de ellos, además, el del Estado. Un combate que se intuía ya desde la propia convocatoria adelantada de los comicios por parte de Isabel Díaz Ayuso. Las líneas maestras de la estrategia de la presidenta madrileña y la sorpresiva decisión del entonces vicepresidente español, Pablo Iglesias, de abandonar el Ejecutivo de coalición para ser candidato ya auguraban un choque, más que de modelos políticos, sociales y económicos o incluso de gestión, de liderazgos con la vista puesta en La Moncloa. La aceptación del envite por parte del presidente Pedro Sánchez para confrontar directamente con Ayuso con Pablo Casado un tanto desconcertado, desubicado y desdibujado ante el personalista empuje de la presidenta popular han terminado por convertir las elecciones en una especie de primera vuelta o primer asalto por el poder en el Estado. Más allá de la tergiversación y manipulación que supone para la propia ciudadanía madrileña llamada a las urnas, se trata de una estrategia insensata que objetivamente deteriora aún más el funcionamiento del ya de por sí frágil sistema democrático español y de los propios partidos políticos. Por otra parte, los ejes de la campaña, centrados en mensajes de trazo grueso ("socialismo/comunismo o libertad" y "fascismo o antifascismo") y en debates de bajísima calidad respecto a la gestión de la pandemia y las vacunas, hacen prever una polarización extrema que amenaza como los propios comicios con contaminar a todo el Estado. La negativa de Vox a condenar las amenazas de muerte a Iglesias y Marlaska y el silencio cómplice de Ayuso negándose a un cordón sanitario con la ultraderecha en busca de su futuro apoyo es otra muestra más de la bronca y polarizada campaña que demasidos de sus actores interpretan en clave estatal.