frica es el paraíso de la caza furtiva, una lacra que se ha disparado desde el estallido de la pandemia, que escapa a cualquier control y pone en peligro la supervivencia de importantes especies animales como rinocerontes, leones, elefantes o gorilas. El periodista navarro David Beriáin supo denunciar esta práctica en sus diferentes trabajos como el documental Clandestino, donde se recogen imágenes espeluznantes de rinocerontes muertos en Mozambique. En el que fue su último viaje se adentró en Burkina Faso, en la frontera con Benin, donde se encuentra una de las zonas más ricas en biodiversidad en el Oeste de África, de la mano de la ONG Wildlife Angel. El equipo llevaba una semana empotrado con una unidad de soldados-guardabosques trabajando en la producción de un documental. Una tierra rica en vegetación y fauna, también llena de minas de oro. En esta zona de uno de los países más pobres del mundo muchas especies han sido masacradas en los últimos años por cazadores furtivos que recurren a estas prácticas para conseguir dinero fácil. Cuernos de rinocerontes y colmillos de elefantes son los más demandados por el comercio ilegal, con precios que rivalizan con el del oro en el mercado negro. Terminar con este comercio ilegal exige soluciones coordinadas tanto en el ámbito nacional como internacional, mucho más allá de las destinadas a perseguir a los cazadores furtivos. En muchas poblaciones africanas la caza furtiva no se concibe además como un crimen, sino como una manera, como otra cualquiera, de salir de la pobreza. Caza que se ha extendido a zonas turísticas y que no sólo pone en serio riesgo a numerosas especies, sino que los recursos que se obtienen acaban financiando grupos insurrectos y terroristas o corrompiendo y desestabilizando gobiernos. Ayer supimos que grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda en Burkina Faso se han atribuido la autoría del atentado. El grupo ya había protagonizado una serie de ataques que habían costado la vida a más de 700 personas. Todavía se desconoce si el objetivo de la operación era capturar a los extranjeros o atacar al grupo militar. Lo cierto es que el yihadismo crece en todo el Sahel, aprovecha los conflictos étnicos en la región y la debilidad de los Estados para imponer su terror, al que además se amparan muchas poblaciones en busca de protección. Grupos que se financian de la venta de armas, secuestros y tráficos ilícitos en una región tan rica como inestable.