l liderazgo de Alberto Núñez Feijóo en Galicia fue festejado ayer en el congreso de su partido, que le reeligió como presidente y le refuerza en su perfil de moderación frente a las estridencias del discurso del Partido Popular que emana de Madrid. Pablo Casado acudió a Galicia más a arroparse que a aportar al líder local un arrope del que no precisa. Casado empieza a padecer un problema de sostenibilidad del liderazgo. No porque haya movimientos dentro de su partido que conspiren contra él o difieran de su estrategia públicamente sino porque son demasiado notorias las imágenes con sus líderes regionales que han conseguido un respaldo en las urnas del que él no dispone. Con la experiencia vivida en Madrid a través de Díaz Ayuso, el presidente del PP buscó alinearse con su discurso para compartir un perfil ganador. Pero ese enfoque, que es el de la confrontación, no le convierte en alternativa. El PP de Casado está en guerra con todas las sensibilidades políticas del Estado salvo la ultraderecha. Con ella flirtea y gobierna y su apuesta por el modelo de la derecha populista le conduce hacia un escenario en el que carece de margen de maniobra para construir su propio proyecto de gobernabilidad sin mayoría absoluta. Casado ha renunciado al centroderecha que de modo estable ocupa en Galicia Núñez-Feijóo. Sitúa a su partido en la crispación y lo anula como interlocutor. El período estival debería servirle para rebajar el diapasón pero está demasiado identificado con la estrategia de la judicialización de la actividad política, sabedor de que la sensibilidad mayoritaria en tribunales y órganos de gobierno de la judicatura le favorece. Al Partido Popular no se le espera en los grandes consensos necesarios: ni está en la estrategia de contención de la pandemia, ofreciendo políticas erráticas y dispares entre sus barones; ni en la estabilización de la vida pública, sumándose o dejando que otros levanten ampollas en debates sociales; ni en la recuperación económica, al ejercer más de quintacolumnista de la acción de las administraciones, sin proyecto propio alternativo más allá del eslogan de la rebaja fiscal; ni, por supuesto, en la estabilización territorial, a cuyos debates acude con cerilla y gasolina buscando la ventaja de desestabilizar a Sánchez. Muchos giros le esperan a Casado si pretende ser alternativa porque está muy lejos de una mayoría absoluta aunque actúe como si la tuviera.