a incomprensible propuesta de la Comisión Europea de que las inversiones en energía nuclear y gas natural sean consideren sostenibles en la transición ecológica ha levantado una catarata de críticas en numerosas cancillerías del Viejo Continente y un sentimiento generalizado de preocupación. Bruselas, con el pretendido aval "del asesoramiento científico y el actual progreso tecnológico" no rechaza estas dos fuentes de energía "para facilitar la transición hacia un futuro basado predominantemente en las renovables". En su controvertida propuesta, pendiente del visto bueno del Parlamento y el Consejo europeos, el ejecutivo comunitario propuso que reciban la etiqueta verde algunas inversiones en las centrales nucleares que reciban el permiso de construcción antes de 2045, siempre que existan planes para la gestión de los residuos radioactivos y el desmantelamientos de las plantas, y que también se considere sostenible al gas natural siempre que provenga de energías renovables o tenga bajas emisiones en 2035. Si este es el plan de Bruselas hacia un futuro energético más sostenible, permitiendo con condiciones dos de las fuentes de energía más controvertidas y contaminantes, apaga y vámonos. La batalla política partidista y la especificidad de cada país también está en el origen de la división sobre el rol que deben jugar el gas y la nuclear en la transición hacia la neutralidad climática, que Bruselas quiere alcanzar en 2050. Francia lidera el grupo de países que quieren que la energía nuclear se considere sostenible ya que tiene un gran parque de centrales atómicas y una menor dependencia de los hidrocarburos. Alemania el de los que se oponen al plan sobre la energía nuclear pero es favorable a que las inversiones en gas natural ya que depende del gas de Rusia y antiguos países del Este. España se opone a que ambas sean calificadas como inversiones sostenibles. La Comisión ha planteado que los estados y los expertos puedan plantear alegaciones al plan antes del 12 de enero, pero la decisión es controvertida y compleja porque debe aunar el difícil equilibrio entre crecimiento económico y sostenibilidad. Aunque promover estas formas de energía tóxica y costosa durante las próximas décadas es una amenaza real para la transición energética de Europa y supondrá una inyección de fondos para empresas privadas que siguen contaminando en exceso y poniendo en peligro la salud del planeta.