a renovación por dos temporadas más (hasta 2024) del contrato del entrenador de Osasuna, Jagoba Arrasate, es una buena noticia. En un terreno tan mudable como el fútbol, en el que las decisiones vienen casi siempre empujadas por los resultados, la continuidad del responsable de la plantilla en los últimos cuatro años presenta un escenario de estabilidad en el club que debe estar acompañado en todos los órdenes para que sea fructífero. La industria del fútbol responde a la máxima de 'tanto ganas, tanto cobras', de tal forma que los éxitos deportivos y la categoría en la que se compite tienen una correspondencia en ingresos económicos; de ahí que participar en la Primera división permite sostener una estructura cada vez más gravosa y orientar beneficios a la consolidación y adquisición de patrimonio, en el caso de Osasuna a su paulatina recuperación. En esta ecuación, la figura del entrenador está resultando clave en todo el proceso de crecimiento que ahora vive la entidad. El criterio con el que ha conducido a la plantilla, la comprensión del estilo de juego que reclaman los aficionados, su talante cercano y sensato, la capacidad para meterse en el alma del osasunismo, le han situado como el auténtico líder del proyecto. Su carisma, la confianza que ha generado en la hinchada, no ha tenido fisuras ni en las dos largas rachas de malos resultados que ha protagonizado con el equipo y que a otros entrenadores les hubiera supuesto la destitución inmediata. En un club como Osasuna, Arrasate no descuida la aportación de la cantera, como lo demuestra su apuesta personal por Jon Moncayola o el protagonismo que ha cobrado David García, dos futbolistas que hoy han multiplicado su valor en el mercado. Con todo, aún cabe pedirle que en el reparto de minutos sea más permeable con la gente de casa. Arrasate, en fin, ha acompañado desde una posición relevante el tránsito de un club que en la primavera de 2018 caminaba desnortado en lo deportivo, ahogado en lo económico y herido en lo social. A sus dirigentes hay que pedirles que cuando acabe esta etapa -en el fútbol no hay nada eterno- no se resquebraje la estabilidad, porque en la historia de Osasuna las grandes épocas de esplendor han acabado en sonoros descalabros. Y ese es el partido que nunca se puede perder.