La convocatoria de huelga laboral y estudiantil en favor de Palestina convocada para hoy es sobre todo una expresión de hartazgo moral. Miles de trabajadores y estudiantes van a detener hoy su actividad para denunciar lo que consideran una de las mayores tragedias humanitarias de nuestro tiempo: la devastación continuada de Gaza y la pasividad de la comunidad internacional frente al indiscriminado sufrimiento del pueblo palestino. La huelga no pretende alterar la economía; su fuerza reside en su valor simbólico, en la capacidad de poner sobre la mesa una exigencia ética: que el mundo no puede mirar hacia otro lado ante un genocidio. La movilización llega en un momento en el que se ha anunciado un acuerdo preliminar de la primera fase del llamado “plan de paz” de Trump.

Pese a este anuncio, los convocantes han decidido mantener la huelga, conscientes de que la paz no se construye sobre el desequilibrio ni sobre la imposición, sino sobre el reconocimiento mutuo y el respeto al derecho internacional. La llamada “solución de los dos Estados”, tantas veces mencionada, sigue siendo hoy una promesa incumplida pero el único horizonte de justicia. La protesta no debe entenderse como un gesto contra un país o un pueblo, sino como un grito colectivo contra la impunidad. Su propósito es visibilizar el fracaso de una diplomacia europea que ha preferido el silencio al compromiso, y que ha demostrado una alarmante falta de coherencia respecto a los valores que dice defender. La Unión Europea, que en otros conflictos ha actuado con rapidez y contundencia, se ha mostrado en este caso dividida, temerosa de asumir un papel que le corresponde por derecho y por responsabilidad histórica.

Navarra se ha convertido en un escenario activo de solidaridad con Palestina. Desde los campus universitarios hasta los sindicatos, el eco de esta huelga resonará como un recordatorio de que la política exterior también tiene un componente moral. No se trata solo de geoestrategia o de intereses económicos, sino de derechos humanos. Y cuando estos se vulneran de forma sistemática, callar equivale a ser cómplice. La huelga, con su carácter pacífico y simbólico, no resolverá por sí sola el conflicto. Pero su valor radica en la memoria que deja: la de una sociedad que no se resigna a la indiferencia y que tampoco olvida lo ocurrido por un acuerdo cuya implementación revelará su auténtico valor.