En esta última semana se ha debatido mucho sobre las consecuencias del encierro para la infancia. Soy madre de una niña de dos años y, desde el primer momento, en casa hemos seguido a rajatabla las exigencias del confinamiento. Así, con toda la contradicción que nos ha supuesto obligarle a estar encerrada en nuestro pequeño piso sin balcón, nuestra hija de dos años no ha pisado la calle desde el catorce de marzo. Es obvio que esta situación dista mucho de ser lo mejor para ella y, por ello,mi pareja y yo respiraremos el día en que pueda salir a pasear.

No voy a entrar a valorar la idoneidad de las medidas tomadas, ya que no es mi ámbito de conocimiento. Sin embargo, sí voy a atreverme a opinar sobre el impacto social del encierro en las poblaciones más vulnerables.

Soy trabajadora social y durante más de diez años he acompañado socioeducativamente a familias con problemáticas diversas. Esta experiencia me ha permitido, entre otras cosas, conocer en primera persona a personas de todas las edades que atravesaban situaciones de extrema gravedad.

La realidad es cruda: hay personas que habitan en chabolas, hay familias enteras viviendo en habitaciones, hay gente alojada en casas sin instalación eléctrica. Hay personas con graves problemas de salud mental encerradas en cuartuchos. Hay personas enfermas que, debido a su situación administrativa, acceden al sistema sanitario sólo a medias. Hay mujeres que conviven con sus maltratadores. Hay niños que padecen grandes minusvalías viviendo en carabanas. Hay chicas que sufren violaciones por parte de sus padres. Hay personas migrantes y gitanas pobres que diariamente son maltratadas por las instituciones y profesionales que, teóricamente, deberíamos velar por sus derechos.

Hay personas muy mayores, o muy jóvenes, que en esta "sociedad de la abundancia" difícilmente consiguen algo que llevarse a la boca. Más aún durante este periodo excepcional en el cual vuelve a penalizarse a quienes, de la forma más precaria, intentan buscarse la vida recolectando basuras, por medio del trabajo sexual o mendigando en las calles. Porque, además, se está castigando con cuantiosas multas a gente que ni siquiera tiene con qué pagar el alquiler.

Cualquier niña, cualquier persona de edad avanzada, cualquier persona enferma es en sí misma más vulnerable a las consecuencias de un encierro como el que estamos viviendo y es prioritario que se tomen todas las medidas posibles para paliar sufrimientos innecesarios. Pero, además, creo que hay que tener muy presente que no todos los niños y niñas están bien atendidos en sus casas, que no todas las personas mayores tienen una red social de apoyo y que no todas las enfermas disponen de los recursos necesarios a su alcance.

No tiene que ser fácil legislar en la presente situación, es cierto, y poco está ayudando la interesada crítica destructiva realizada por representantes políticos de diversa índole a la que asistimos a diario. Tampoco ayuda nada el enfoque militarista y policial que se está dando a esta pandemia, que no es una guerra, sino un grave problema de salud pública con un profundo impacto social.

En cualquier caso, creo que no es tanto pedir que los expertos y expertas de los comités de asesoramiento tengan en cuenta que no todo el mundo vive en una casa con jardín, o que no todas las familias representan espacios seguros. No es tanto pedir que intenten, por un minuto, ponerse en la piel de esas otras personas.

Además de abrir la posibilidad de dar paseos a la infancia, urge tomar medidas de apoyo social para paliar la gravedad de la situación. Entre otras cosas, resulta imprescindible implantar, de una vez por todas, una renta básica universal, así como regularizar a todas las personas extranjeras para que puedan tener un acceso efectivo a todos los derechos. También es urgente ampliar, mejorar, desburocratizar y universalizar la sanidad y los servicios sociales públicos. Así mismo, es primordial que los recursos se adapten a las necesidades, lo que requiere inversión pero, sobre todo, salir de los despachos para llegar hasta las casas (y las no casas) de la gente.

La presente crisis está poniendo sobre la mesa las carencias más sangrantes de nuestro sistema, insuficiencias que venían gestándose desde hace ya décadas. Por ello, cuando todo esto acabe, lo más urgente seguirá siendo crear una sociedad donde a nadie, sea niña o anciano, haya nacido aquí o allá, le pueda pillar el coronavirus viviendo en una chabola.