Cuesta entender la ostentación por el PSOE de sus reticencias a que Chivite intente un Gobierno progresista y transversal en Navarra liderado por ella misma. Antes que nada, porque daña la posición negociadora de su correligionaria en unas conversaciones de las que ha excluido a EH Bildu, igual que Sánchez antes de que prosperase su moción de censura. Y también porque ese cuestionamiento de Chivite por la superioridad de Ferraz desgasta la baza de una eventual repetición electoral en la que el PSN podría enarbolar la palabra dada de no haber ungido a Esparza ni abonado la abstención de la izquierda aber-tzale en su beneficio. Un compromiso el de cegar la vía presidencial a la derecha unida de Colón gracias al que el PSN ha recuperado tanto el segundo puesto en votos como el nivel de sufragio de 2007 -los cuatro escaños ganados provienen de la izquierda clásica- y que, de rectificarse desde Madrid, sumiría a la federación navarra en una nueva crisis pero esta vez de dimensiones ciclópeas. Incluso aunque el PSOE sopesara utilizar al PSN como moneda de cambio a costa de su aniquilamiento, tampoco se comprendería tan temprana exhibición de recelo, pues mejor aparentar un cierre de filas si se pretende que UPN acceda a que sus dos diputados se abstengan para investir a Sánchez o que Ciudadanos posibilite alguna presidencia autonómica socialista. Total, que carece de sentido sugerir en público una inmolación de Chivite en lugar de esperar a un desenlace en Navarra por pura decantación, situando la pelota en el tejado de terceros.