Vivimos tan deprisa, que casi siempre nos falta el tiempo. Marca nuestro devenir cotidiano y nos esclaviza sin piedad a la menor oportunidad. Para escapar de la tiranía del tiempo -si es que es posible- objetivizado en forma de reloj, en Sommaroy, una isla Noruega del Círculo Polar Ártico, acaban de abolirlo y declarar la guerra a la dictadura del reloj. En una loable pretensión de que los relojes dejen de condicionar sus rutinas algunos de sus 350 habitantes han llegado incluso a colgarlos en los barrotes del único puente de entrada a la isla en simbólico gesto de ansiada desincronización. La inaudita decisión de esta colectividad que, por su posición geográfica, vive la mitad del año de día y la otra mitad de noche, les permitirá suprimir formalismos y ganar libertad. Y también romper con formalismos y convenciones establecidas y ser transgresores con muchas de las costumbres instaladas en nuestras sociedades. Es una clara apuesta por volver a un estilo de vida más tradicional y relajado; menos tecnológico y superficial; sin la presión de la agenda y las perentorias obligaciones. En Sommaroy podrán ser más felices y detener los relojes, pero no el tiempo, uno de nuestros más valioso recursos y sin duda el más caduco.