Buscar culpables es uno de los ejercicios más habituales en la práctica política. Acusar más que dialogar, buscar el conflicto más que el acuerdo, pero luego de cara a la galería quedar como el que lo ha intentado todo sin recibir respuesta y así poder tener alguien a quien culpar. Escudarse en la conducta de otros para tratar de justificar el fracaso propio es casi siempre una mala estrategia, lo es en cualquier ámbito de la vida y lo es también en el político. La culpa como carga es un peso difícil de mantener, pero la culpa como excusa parece que aligera de responsabilidades. Así esta la política estatal estos días, buscando culpables tras la ruptura entre PSOE y Unidas Podemos y ante la imposibilidad de que las izquierdas hayan logrado un acuerdo de Gobierno progresista, lo que la sociedad ha votado y en definitiva esperaba. Para unos los culpables son los otros, para los otros solo hay un culpable y entre unos y otros han conseguido un escenario insólito de desgobierno. Una situación nueva en la que la izquierda, la suma plural de todas ellas, debería ser flexible, aceptar los errores, mirar hacia dentro con sentido crítico, aprender del fracaso, abrir una nueva puerta sin vetos, renovarse, dejarse de relatos y de negociaciones más propias de una mala serie televisiva que de la nueva política, para aceptar que los ciudadanos y ciudadanas no quieren culpables sino soluciones.