Camino de la repetición electoral en noviembre, la política se centra ahora en eso que ha venido a llamarse la batalla por el relato. Simplemente un eufemismo para despistar a la opinión pública sobre las responsabilidades de cada cual en la incapacidad de llegar a acuerdos para formar un nuevo Gobierno. Un simple cruce de reproches y acusaciones mutuas entre unos y otros para decorar unas explicaciones que al menos parezcan creíbles a la sociedad en las que el culpable del fracaso, de la inestabilidad y del bloqueo siempre es el otro. Sánchez es el principal exponente de ese relato amañado, posiblemente porque es el más necesitado en la elaboración de una tesis exculpatoria para ocultar o al menos disminuir el impacto electoral que pudiera tener su incapacidad de llegar a ser investido presidente. Es el máximo responsable, pero no él único. También aparecen tocados Iglesias y sobre todo Rivera. De hecho, más allá del peso colosal de la corrupción que aplasta al PP, Casado parecer ser el mejor parado de este proceso fallido. En todo caso, creo que no son los políticos quienes imponen finalmente el relato. Serán los ciudadanos en las urnas quienes lo sentencien. Creo que la mayoría de la sociedad tiene claro qué ha ocurrido estos cuatro meses, quiénes acumulan las responsabilidades y cuáles son las consecuencias de todo ello. Y que esa mayoría coincide en ese relato común. Al igual que ocurre en este país con la batalla por el relato que llevamos abordando sobre la memoria histórica del genocidio franquista en Navarra o sobre la violencia de ETA y el resto de violencias que ha sufrido la sociedad durante los últimos 50 años. Hay relatos de parte interesados, pero siempre hay un relato común mayoritario en la sociedad al margen de esas interpretaciones particulares y partidistas. Con todo, lo peor del relato del fracaso político en Madrid es que llaman a votar a los electores insinuando que hace cuatro meses votaron mal. Me recuerda al comienzo de esta crisis, que 11 años después ya se ha convertido en sistémica, cuando los políticos, banqueros, economistas, etcétera se inventaron el relato exculpatorio que señalaba a los ciudadanos como responsables de la crisis con aquel peregrino argumento de que habían vivido por encima de sus posibilidades. El problema de los relatos es que elaboran sus argumentos tomando a sus destinatarios por atontados. El relato ha terminado debatiendo quién duerme mejor.