es el fenómeno televisivo del momento, hasta el punto de que en la emisión del martes tuvo una cuota de pantalla del 26,9%, con 3,2 millones de espectadores de media disparados en medio millón más en un minuto de oro que elevó el share al 41,5%. La mecánica de La isla de las tentaciones no puede resultar más simple y a la par denigrante, pues consiste en separar a los miembros de varias parejas de jóvenes y rodearlos en lugares paradisíacos distintos de gente guapa al objeto de estimular infidelidades a tutiplén para escarnio del ser traicionado con profusión de escenas carnales. Otro engendro catódico sirviéndose de concursantes ansiosos de popularidad a cualquier precio, convertidos primero en bufones y luego en juguetes rotos, con el fin de llenar programación con contenido barato en lo económico y de saldo en lo intelectual. Constatada esa apuesta por el entretenimiento más zafio, impacta que casi cuatro millones de personas como usted y como yo no tengan nada mejor que hacer que zamparse semejante bazofia carente de valores, que además genera un tráfico literalmente brutal en las redes sociales entronizando a anónimos sin más capacidad probada que la de esculpir sus cuerpos a base de gimnasio y bisturí. Si esta televisión de éxito constituye un reflejo de la ciudadanía y sus inquietudes, y además en esas audiencias tan millonarias como maleables se cuentan decenas de miles de adolescentes, perdamos toda esperanza de un futuro mejor. La isla de las tentaciones, en la península de las excreciones.