llevamos en el ADN ese pronto que nos impulsa a apostar. Podemos hacerlo por tozudez, por orgullo, por soberbia o por dinero. No hay nada más desafiante en nuestra cultura que ese reto solemne cruzado en cualquier situación de nuestra vida: "¿Qué te apuestas?". Lo mismo sirve presentar el aval de una promesa, hacerse cargo de la ronda de copas que hay sobre la barra del bar, un almuerzo inminente o una cantidad indeterminada de euros. De antiguo, las apuestas encontraban su caldo de cultivo en el entorno deportivo, en pruebas de korrikolaris, desafíos de aizkolaris, competiciones de bueyes o cualquier modalidad que tuviera por marco las paredes de un frontón. Hay mil leyendas de gentes que perdían patrimonio y hasta el caserío en un mal giro de la fortuna o por una incontrolable calentura. Ahora, de lunes a domingo puedes jugar a la Primitiva, la Bono-Loto, Euromillones, la Quiniela, la Lotería, el Sorteo de la ONCE? Un informe de 2017 concluía que los clientes de juegos de azar gastaron casi 42.000 millones en el Estado. El crecimiento más notable es el de las apuestas deportivas tanto presenciales como on line. Lo que empezó como un juego en este contexto de apostar a todo y por todo ha derivado en una peligrosa ludopatía con serias consecuencias personales y familiares. Y en un floreciente negocio para otros. El sábado Pamplona acogió una numerosa movilización contra las casas de apuestas. Un órdago en toda regla que la Administración no puede ignorar.