al colectivo de Enfermería en Navarra, conformado por una mayoría aplastante de mujeres, le sobran razones para subirse por las paredes ante el rechazo judicial a que dirijan centros de salud. Más allá del sesgo gremial del veto instigado por el sector médico, subyace el secular prejuicio sobre las enfermeras rebajando su trascendental papel sanitario al de meras asistentes del personal facultativo. Cuando en sentido contrario destacan por su vasto conocimiento multidisciplinar de los equipos transversales en los que trabajan, como por ejemplo acreditan a diario la media docena de profesionales que hoy pilotan en Navarra centros de Atención Primaria y la docena larga que rigen otras entidades privadas de índole sociosanitaria. En aplicación por cierto de los contenidos de la asignatura de Gestión implantada hace tres décadas en unos estudios de Enfermería ya bajo la titulación de grado. Lo peor del caso es que se desdeñan las destrezas individuales y la formación complementaria de las enfermeras para planificar, organizar, dirigir y evaluar, así como para liderar grupos en función del estilo de mando que precisen, sea control, supervisión, asesoramiento o delegación según el modelo clásico situacional. El mérito y la capacidad, al margen de intereses corporativos, deben prevalecer en la selección de personal directivo, más todavía en la esfera de lo público y en particular en la sanidad navarra por su incidencia ciudadana y su prestigio como servicio esencial. Qué sería de ella sin las esforzadas enfermeras, tan injustamente menospreciadas.