levamos ya dos décadas caminando por este siglo XXI y casi todo ese tiempo con una sensación de hacerlo por el filo de la navaja. Unos primeros años atrapados en la juerga del despilfarro y las burbujas inmobiliaria y financiera. Un estado de cosas a la que le siguió la crisis de 2008 que aún arrastrábamos. Y cuando los datos apuntaban a un nuevo impulso socioeconómico llega la pandemia del coronavirus y nos sitúa de nuevo ante la dura realidad de formar parte de un modelo económico globalizado mucho más débil e ineficaz que lo que su propaganda relataba cada día. Y seguramente, a la crisis sanitaria y a la crisis social y económica que ya están aquí le seguirá irremediablemente una crisis política de alcance igualmente impredecible. No sé como se resolverá este presente en el futuro. Soy incapaz de predecir una salida concreta. Pero sí intuyo que esta situación excepcional nos está dejando ya una larga lista de cuestiones tanto individuales como colectivas que repensar y sobre todo grandes retos de aprendizaje. Desde el sistema de comercio y producción industrial -las mascarillas que despreciamos y deslocalizamos ahora son un bien de alto valor- a los modelos de sanidad, educación, relaciones laborales y atención a nuestros mayores o la misma la organización política. Es cierto que Navarra, dentro de sus limitadas posibilidades -somos una sociedad organizada y corresponsable, pero también pequeña y con recursos justos-, está actuando, tanto institucional como política, social e individualmente, con altas dosis de responsabilidad y, dentro de lo complejo de esta crisis, también con eficacia. Posiblemente, porque Navarra ha llegado a esta crisis con una situación mucho más saneada y fuerte que cuando tuvo que afrontar la de 2008, con las arcas vacías y en grave riesgo presupuestario y financiero tras años de despilfarro, demagógicas bajadas de impuestos y regresión fiscal de UPN. Y, sin embargo, nada asegura que eso vaya a ser suficiente para afrontar todas sus consecuencias. Sobre todo, la crisis política que apunta a un horizonte cubierto de peligrosos nubarrones. Quizá no tanto en Navarra como en el Estado y en una Europa cada vez más debilitada y que hace tiempo que ha dejado de ser el centro del mundo. Crece el número de dirigentes políticos que hacen del tierraplanismo la guinda de una ignorancia de la que alardean sin sonrojo públicamente. Me da igual que sea Trump que Orban, Casado, Abascal -y quienes les apoyan en Navarra Suma- o Bolsonaro. Desprecian la ciencia y el conocimiento, ensalzan el fanatismo religioso y hacen del individualismo más egoísta las principales señas de identidad de su discurso y de su oferta política. Es la política de la ira y el apocalipsis que controla medios de comunicación, corporaciones internacionales, países enteros, organizaciones religiosas y buena parte del entramado militarista y policial en sus países. Un neoliberalismo de quita y pon en lo económico -socializar pérdidas y privatizar beneficios- y un autoritarismo político y social para descarrilar las democracias. Y se trata de eso: de profundizar política, eficaz y socialmente en los valores de una ética humanista para afrontar los retos de este siglo XXI que asuma los derechos humanos y las libertades democráticas como un bien común e individual global y como la alternativa a la política de la ira y el autoritarismo. De la crisis sanitaria y económica saldremos mejor desde la colaboración que desde la fractura, pero si no somos conscientes de la crisis política que se avecina acabará ganando la fractura y la confrontación de los extremismos.