os libros no serán hoy protagonistas de las calles de la vieja Iruña para celebrar el Día del Libro. Una jornada festiva y de celebración de la que echaremos en falta a los libreros de todo el año y a los autores locales compitiendo sobre las mesas con los autores de los grandes superventas. Y charlar un buen rato con unos y otras de literatura, de política, del tiempo, de cómo ha ido este año y hacia donde va el que viene. Ni siquiera sabemos si la literatura saldrá una primavera más dentro de unas semanas a la céntrica plaza del Castillo en una nueva edición de la Feria del Libro de Pamplona para conocer nuestras novedades en castellano y euskera. Seguro que sí. El COVID-19 está arrasando con muchos sectores. Con mucho trabajo. También con la cultura en general y la literatura, los libros de toda condición, en particular. El Día del Libro ha llegado este año con los editores expectantes, las imprentas paradas, los autores y autoras con su obra en espera de un tiempo mejor y las librerías aún cerradas. Como el arte no llega a las calles ni a las salas ni teatros, las novedades tampoco alcanzan las manos del público. Falta el olor a tinta de las nuevas y viejas ediciones. Ese olor que impregna las librerías. Pero aún así, la celebración del Día del Libro debe ser una ocasión inmejorable para reflexionar y analizar el mundo de la cultura en general en la sociedad actual y del libro en particular, máxime si miramos a nuestro entorno más cercano. Navarra sigue siendo una de las comunidades con mayor índice de lectura -también lo es de prensa escrita-, una de las claves fiables para evaluar el nivel cultural real de un país. Un 65,1% que le sitúa por encima de la media del Estado y que aún así exige mayores esfuerzos colectivos, sobre todo entre los más jóvenes. El confinamiento, dicen, está activando la lectura en los hogares. En el mío al menos así es. Circulan por casa como en otros viejos tiempos El guardián entre el centeno, el clásico único de J.D. Salinger y ¿Somos como moros en la niebla?, el ensayo de Joseba Sarrionandia. Ambos recuperados de la biblioteca casera. Ni tan mal. Pasan ahora por otras manos distintas a las mías y seguro que el resultado de sus lecturas será también distinto al mío en su momento. Por algo los libros son la mixtura del conocimiento humano que nos libra de la ignorancia y del olvido de quienes somos como especie desde los remotos albores de la humanidad. Y por algo los libros requieren para su supervivencia de autores, editores y, sobre todo, lectores.