scuchar a Santiago Abascal, el absurdo líder de la ultraderecha española, denunciar que hay un ataque frontal a la democracia y las libertades o advertir de que al Gobierno del PSOE y Podemos, le denomina socialcomunista convencido de que es una gran ocurrencia, ha puesto en marcha un golpe de Estado con apoyo de la Guardia Civil completa una metáfora negra y nada poética de como afrontan las derechas españolas la crisis sanitaria. Pero que nadie se engañe, Abascal no está solo. Solo llegaría al mismo ningún sitio al que llegaron antecesores suyos como Rosa Díez o Rivera. Detrás de Abascal están el PP de Casado y Aznar, las manos que mecen la cuna desde el comienzo. Hasta Vargas Llosa, aquel que escribió hace seis décadas ya La ciudad y los perros y que suscribe ahora un manifiesto torpe denunciando "autoritarismo". Y otras manos también en los medios de comunicación de Madrid, las tertulias televisivas, los sectores más retrógrados de la jerarquía católica, las elites financieras y empresariales o parte del millonario deporte. Si hay un supuesto golpe de Estado en marcha, son esas manos los que lo están alimentando un día sí y otro también. Una estrategia de acoso y derribo que lleva meses en marcha -se extendió hasta los últimos minutos de la investidura de Sánchez- y ha recobrado fuerza ahora aprovechando la pandemia del COVID-19. El muñeco de feria que disimulan como objetivo es Iglesias, pero el objetivo real es el acuerdo político que sostiene a Sánchez en el Gobierno. Romper esa suma democrática en el Congreso es fundamental para lograr resituar al PP en Moncloa y volver a las andadas de un modelo político y económico supeditado a los intereses particulares de todas esas oligarquías económicas, religiosas, mediáticas y financieras. El Gobierno de Sánchez acumula razones para la crítica por la penosa comunicación de la gestión de la crisis y por su inútil recentralismo, pero los hechos, al menos en el ámbito sanitario, acumulan más aciertos que errores. Ese golpismo de baja estofa, del que también participan sin disimulo Felipe González y los estómagos agradecidos que deben casi todo lo que son al viejo y corrupto felipismo, es el principal riesgo para una salida honesta, eficaz, solidaria y común de esta crisis y de la posterior social, laboral y económica. Éste es el estado real de las cosas en esa Villa y Corte siempre emponzoñada. Esto último lo vienen diciendo siglos atrás los clásicos de la política y la literatura española. Nada nuevo.