esde hace unos días, no hay conversación sobre el coronavirus que no apunte directamente a los jóvenes. Tiene su lógica. No en vano, un porcentaje elevado de los nuevos contagiados es menor de 30 años. Sin embargo, conviene no generalizar ni perder la perspectiva. De entrada, porque prácticamente nadie de este colectivo ha participado en la toma de decisiones que precedieron a la denominada desescalada, ni mucho menos en los protocolos para su correcta aplicación. Como el resto de la ciudadanía, la inmensa mayoría de los jóvenes cumplieron de forma ejemplar el duro confinamiento y luego algunos se han ido desmelenando a medida que la situación era propicia para recuperar el disfrute social tras muchas semanas de encierro en casa de sus padres. La pregunta ahora es saber si esto se nos ha ido de las manos o si por el contrario entraba dentro de lo más o menos previsible. Hay quienes creen que tal vez hubiera sido necesaria una campaña de concienciación pública que alertara de los riesgos que entraña la nueva normalidad. Una campaña que se está a tiempo de impulsar antes de que llegue el temido otoño, con el consiguiente reto de que pueda materializarse la necesaria vuelta al cole.