o sé si los datos de positivos, contagios, ingresos, etcétera, avalan la tesis de que Navarra -y el conjunto del Estado español- está inmersa ya en la segunda ola de la pandemia de la covid-19 o no. Y quizá la denominación sea lo de menos. Los hechos, en todo caso, apuntan a un crecimiento de los casos muy por encima de las previsiones que manejaban los equipos sanitarios para estos meses de julio y agosto. Ayer, Navarra registró el récord de casos e ingresos del verano en un día. Los test PCR han permitido hasta ahora ir controlando los sucesivos rebrotes con el confinamiento de miles de navarros y navarras en lo que llevamos de verano. La pasada semana había 4.500 personas en confinamiento a la espera de un segundo test o directamente por haber dado positivo en el primero. Y otros cientos habían pasado ya antes por ese tiempo de seguridad sanitaria encerrados en casa. Las causas siguen siendo las mismas: las agrupaciones de personas no convivientes en encuentros familiares, reuniones de amigos, actividades de ocio -principalmente las ligadas a la hostelería y a la noche-, campamentos, botellones y otros actos similares. Se han tenido que habilitar de nuevo plantas en el Complejo Hospitalario específicas para los ingresos por la covid-19 y se han registrado de nuevo fallecimientos. La situación no es tan crítica ahora como lo fue en primavera cuando irrumpió el coronavirus, pero lo cierto es que el virus sigue entre nosotros, está activo y mantiene una evolución defensiva con sucesivas mutaciones. Apenas quedan cuatro semanas para el comienzo del curso escolar y la apuesta a día de hoy sigue siendo la actividad lectiva presencial con medidas de control y seguridad. Pero estaría bien tener ya sobre la mesa un posible plan B al alcance del conjunto de la comunidad educativa. Abrir las aulas se antoja imprescindible, pero la covid 19 es igualmente imprevisible en su evolución futura. La responsabilidad y corresponsabilidad que se exige a los ciudadanos requiere una correspondencia aún mayor en las autoridades públicas y sanitarias. Es necesaria una transmisión de las decisiones y de la información que las avala eficiente y eficaz ante la opinión pública y el imaginario colectivo como mejor antídoto contra la rumorología, los bulos, la desconfianza y el auge del otro virus peligroso para la convivencia y estabilidad social, el de la imbecilidad conspiranoica. Ahora que hemos aprendido a no minusvalorar la capacidad destructiva de la covid-19, no se puede obviar tampoco el auge de la imbecilidad humana y sus consecuencias. Ya sé que la imbecilidad humana estaba aquí antes que la covid-19, pero creo que ha ido a más en intensidad y peligrosidad a la par que este coronavirus.