oy consciente de que el eje de nuestras preocupaciones y de nuestros miedos está sujeto a nuestra propia realidad. En este caso, la pandemia de la covid-19 y de sus consecuencias. Estas semanas en el nuevo curso escolar. Es lógico y de lo que hablamos, informamos y escribimos. Y en ese contexto tan cercano y con tantas derivadas humanas, personales, sociales y también políticas, el mundo se hace muy pequeño. Pero hay otras realidades ahí fuera y, de vez en cuando, creo que merecen también unas letras aunque sean pocas. Por ejemplo, la catástrofe humana que han provocado unas inundaciones en Afganistán -un país sometido a un amplio historial de catástrofes humanas desde hace décadas- apenas encuentra hueco en los medios de comunicación. Al igual que las imágenes de los bombardeos nocturnos de Israel sobre Gaza cada día. O las masacres contra el pueblo kurdo que protagoniza el supremacismo ultra e islamista de Erdogan. O los seres humanos que siguen muriendo en los mares y desiertos o en la esclavitud en su larga marcha hacia un irreal mundo mejor. Otros ejemplos del olvido y la impunidad occidental interesadas. Hay muchos que se me olvidan y ni tan siquiera tienen un pequeño hueco en esta pequeña columna. Y la verdad, guste más o menos, es que ahora, más allá de la pandemia de la covid-19, la actualidad la ocupa la salida de Messi del Barcelona. Digo en Navarra, sin irse más lejos. Nuestras preocupaciones aún son otras que sobrevivir para seguir vivos un día más. Dónde vas a comparar. Cientos de muertos que pueden ser miles ante el elevado número de desaparecidos, el 80% de la ciudad de Parwan ha quedado destruida... no parecen realidades dramáticas suficientes para alcanzar un hueco en los medios de información. Son desgracias amortizadas y, si se piensa, ya hasta molestas. Afganistán es desde hace décadas escenario de pruebas desde el que EEUU y Europa o China, Irán o Rusia -da igual citar a Pakistán, Libia, Siria, Brasil, Bolivia o cualquier zona de África, por ejemplo- intentan asentar su dominio político y militar para controlar una estratégica zona rica en recursos naturales a costa de mantenerla en la permanente inestabilidad política, religiosa y militar. Y también de destrucción medioambiental. Pero nada ha mejorado la calidad de vida de sus habitantes, que siguen sometidos a la ocupación militar y explotación comercial, a una guerra civil permanente, a la persecución de sus mujeres, a un régimen corrupto y a la violencia estremecedora del fanatismo religioso. Afganistán solo interesa como objeto de los deseos de la geopolítica internacional y de la explotación de los recursos naturales. La desesperación de sus miles de víctimas de cada año ya no son categoría de nuestro interés. Hasta que nuevas imágenes de una violencia desesperada ocupen nuestra atención. O sirvan para desviarla otra vez de nuestros problemas reales.