a Organización Mundial de la Salud no se explica por qué España está infestada de coronavirus y reclama la “comunicación clara” que no ha existido, además de unos “criterios homogéneos” después de que comenzáramos la pandemia sin mascarillas y saludándonos con y por los codos. Porque se ha impuesto la propaganda por un lado y la difamación por el otro en esta dinámica vomitiva de tensión política permanente incluso a cuenta de la salud colectiva. La estrategia comunicativa de los poderes públicos solo hubiera resultado eficaz de llevar hasta el extremo aquel aforismo de McLuhan de que el medio es el mensaje, adecuando los conceptos a los distintos estratos ciudadanos bien segmentados y llegando a cada uno de ellos a través de los cauces mediante los que se informan y relacionan, con singular incidencia en las redes sociales. La deficiente transmisión de la gravedad de la covid también ha carecido de la crudeza necesaria, bien entendido que sin caer en el morbo, por ejemplo mostrando a los enfermos en la UCI boca abajo e intubados o a familias despidiendo en la distancia al ser amado a punto de expirar. Todo lo que no se ha hecho se ha traducido en pérdida de vidas humanas y en serios padecimientos -algunos crónicos-, pero casi tan lamentable es que esta pandemia nos ha enseñado la dura lección de que un porcentaje de la población no tiene remedio. Sirvan como evidencia delictiva quienes se saltaron el confinamiento de Falces y Funes para acudir al juevintxo de Pamplona. Todo lo que se diga se queda corto y no hay nadie al otro lado. Comunican.