s posible que Villarejo acabe protagonizando una de esas series televisivas que están de moda. No sé. Tiene ingredientes el mundo ese de las cloacas policiales en las que chapotean periodistas, amigos de la Casa Real, banqueros, jueces y fiscales y, cómo no, políticos varios. Un profundo pozo de mierda en el que se arroja lo más miserable de las estructuras del Estado. A Villarejo le han concedido la libertad condicional tras casi cuatro años en la cárcel porque de la ineficacia de la burocracia judicial nadie es responsable. Ni el juez ni el fiscal. Se venda como se venda, un privilegio. Y el mismo día pillan a la Fiscal General del Estado saliendo de una reunión con la cúpula de un panfleto digital que se ha dedicado a publicar, bajo el epígrafe de un supuesto periodismo de investigación -da risa profesional-, las miserias de esas cloacas que le pasa en mano Villarejo. Una reunión con periodistas muy cercanos a Villarejo que tuvo lugar en un piso que utiliza el ex juez Baltasar Garzón, también vinculado al excomisario y pareja actual de la propia Dolores Delgado. Un batiburrillo cutres de nombres, filtraciones pactadas, correveidiles, comidas, cenas, grabaciones e intereses personales y profesionales que salpica directamente a la Fiscal General del Estado y, por derivación, a su actuación en los casos que implican a Villarejo. Desde su nombramiento, Delgado no se ha caracterizado ni por un trabajo ejemplar y eficiente ni por la ejemplaridad que se le supone a su cargo. El presidente Sánchez debería haberle destituido de forma fulminante. No sé si esa salida de la cárcel y el encuentro entre Delgado y ambos periodistas ha sido casualidad o no, ni si están relacionados o no lo están. Pero ya he escrito muchas veces que en la política española no hay casualidades. Nada de lo que ocurre en las esferas de poder de Madrid es casual, sino parte imprescindible para entender el deterioro que asuela al Estado español. Villarejo es un personaje fanfarrón, malencarado, con pinta de reventa patibulario en los aledaños de la Monumental de Iruña, que ha acumulado un inmenso poder traficando con la información de las miserias humanas de las elites y con la capacidad de traicionarse unos a otros. Un reflejo del alcance inmoral de todo lo que rodea a esas cloacas. Dice abandonar la cárcel con ganas de hablar y que las cloacas no generan mierda, sino que la limpian. Un intento de exculpar las fechorías que ha venido protagonizando y orquestando durante años con gobiernos tanto del PSOE como del PP. Su nombre está presente tras cada uno de los más grandes casos de corrupción económica, financiera, policial y política de los últimos años. Todos los nombres que han aparecido con el sello de Villarejo son parte de esa negra elite, pero aún no sabemos si han salido todos los que son. En realidad, las cloacas de Villarejo son ejemplos de la existencia de tramas mafiosas y secretas que utilizan el poder político, la complicidad periodística y judicial, los recursos públicos al servicio de sus intereses partidistas contra los adversarios y también que para entorpecer la actuación de la justicia contra la corrupción. Quizá sea eso precisamente lo que le permita salir bien parado. Por eso, quizá mejor esperar a la serie televisiva, aunque seguro que, en este caso, la ficción no podrá superar a la realidad. En todo caso, nada oculta ya que Villarejo es otro síntoma más de la gravedad de la España enferma que anida en Madrid.