oaquín Sabina le hubiera aupado a protagonista de una canción. El personaje daba para varias estrofas y un estribillo pegadizo. De mediana estatura, paso desafiante, melena setentera, mirada con escáner incorporado, sonrisa sardónica y calzando botines que asomaban por debajo de un ceñido pantalón, el tipo aquel apuntaba maneras. Y no tardó mucho en acreditarlas. Su nombre y su foto aparecieron en el periódico junto a otros compinches con los que había atracado una sucursal bancaria en un pueblo. Protagonista también de alguna huida memorable al volante de un coche, su corta carrera delictiva era carne de guionistas del cine quinqui. Pero no pasó de tres o cuatro reseñas en la prensa local. El chaval aquel me vino a la memoria al leer ayer la detención de dos delincuentes que habían robado en sucursales de Buñuel y Corella, haciéndose con un corto botín que les daba para poco más que el salario mínimo interprofesional. Y es que no son estos buenos tiempos para el atracador a pequeña escala; las oficinas van echando el cierre y el dinero en metálico casi ha desaparecido de las cajas. Todas las gestiones son on line y para saquear un banco hay que ser ingeniero en telecomunicaciones. Los atracadores, hoy, hacen teletrabajo y encañonan con un virus o un e-mail amenazante. Qué poca mística. Qué tiempos.