asta hace unos años, el Pobre de Mí era la antesala de una desbandada general. Iruña se convertía en algo que guardaba semejanzas con el desierto del Far West. Aquello provocaba un efecto dominó. El que no se largaba a la carrera era porque no podía. Y quien se quedaba, descontaba los días que restaban para el reencuentro con la cuadrilla, que como muy tarde solía coincidir con las fiestas de Estella. De la Pamplona despoblada en la segunda quincena de julio, sin apenas tráfico y con multitud de plazas libres para el aparcamiento, ya solo queda el recuerdo. Hoy la capital bulle en verano. Y lo mismo te ves envuelto en un atasco a la hora menos pensada que resulta harto complicado encontrar mesa en una terraza para aplicarte unas cervezas. Así que ni siquiera en estos puñeteros tiempos de covid, en los que la recomendación invariable sigue siendo guardar la distancia de seguridad, es fácil cumplir con esta medida de prevención. Ahora que no vendría mal, para combatir el virus, regresar a ese muermo de ciudad en el que no había casi nadie en ningún sitio, Pamplona tiene mucha vida callejera en verano, aunque por razones sanitarias ésta deba apagarse a la una de la madrugada.