e disfrutado mucho de estos Juegos de Tokio. Los Juegos Olímpicos, con el Mundial de Rugby y el Mundial de Atletismo, son para mi los grandes espectáculos deportivos. Pero las Olimpiadas tienen algo más. Es un compendio incesante de especialidades, un listado inacabable de los mejores deportistas del planeta en todo tipo de disciplinas, muchas de las cuales no tienen una sola oportunidad de llegar al público durante cuatro años. Mujeres y hombres que llevan años trabajando y esforzándose, unos en deportes de masas y otros en modalidades de las que apenas sabemos que existen. Todo ello te atrapa ante la pantalla fácilmente. Y Tokio, pese a todas las limitaciones que impone la pandemia del coronavirus, ha estado a la altura. Más aún para la delegación navarra. El mejor resultado de la historia. Ya tres medallas entre sus ocho miembros. Moncayola y Merino en fútbol, Gurbindo en balonmano y una cuarta posible hoy con Munárriz en waterpolo. Y podían haber sido cinco si Carlota Ciganda no hubiera tenido una mala jornada. Y como guinda el primer diploma olímpico en atletismo para Navarra con Asier Martínez, sexto en la final de 110 metros vallas con solo 21 años. Martínez es la prueba de que el atletismo navarro está atravesando una época dorada con un grupo de mujeres y hombres muy jóvenes. Una participación espectacular con protagonismo individual y una cosecha increíble. Han sido unos Juego con competencia, éxitos y fracasos y derrotas crueles, como siempre, pero también han sido unos Juego de valores, escenas de compañerismo, de alegrías compartidas en los éxitos y de consuelo común en los fracasos. Más originarios, limpios, más atrapados en los valores originales del olimpismo que otros. También de respuesta a los discursos tóxicos que se extienden por el mundo. Ha habido desde el periodismo basura -ése que lo mismo fanatiza de forma casposa los éxitos que machaca miserablemente los fracasos-, y desde la política del nacionalismo reaccionario ejemplos numerosos del sumidero de mierda interminable en que se intenta convertir la sociedad hoy. Ha habido actitudes vergonzosas atacando o descalificando a deportistas por el color de su piel, el lugar de su nacimiento, la lengua en la que se expresan, su orientación sexual, sus amistades, convicciones, fracasos o simplemente sus nombres y apellidos. Acojonante el rastro de inmundicia que también dejan atrás estos días. Entre los muchos casos de esa miseria moral, el de la jugadora de baloncesto Laura Gil. La pivot española, una de las mejores del equipo, ha tenido que publicar una carta pidiendo disculpas por sus fallos en el partido contra Francia que les apeó de las semifinales ante el aluvión de ataques e insultos en las redes sociales. A mi me indigna. Hay mala gente. Hay que huir de la mala gente. También denunciar y responder a la mala gente. La mala gente siempre es peligrosa, se disfrace de lobo o de cordero. Se hable de deporte, de política, de economía, de derechos, de convivencia, de sexo, religión o de lo que sea. Nunca he creído en la resignada idea de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre. No lo voy a hacer ahora. Laura Gil concluye su texto con una frase contundente: "Todo el mundo tiene derecho a opinar, pero no todas las opiniones son respetables". La mala gente tampoco es respetable.