as duras imágenes del aeropuerto de Kabul, con miles de personas intentando salir del país ante la angustiosa cuenta atrás de los talibanes, contrastan con las escenas de nuestros aeropuertos llenos estos días de personas ansiosas de volar por placer a su destino vacacional, preocupados únicamente por contar con el pasaporte covid como requisito para moverse con libertad. Esa libertad de la que gozamos y que no la apreciamos del todo hasta que la sentimos amenazada. Nadie sabe que pasará en Afganistán a partir del 1 de septiembre. Pero todo parece indicar que todo lo malo que pueda pasar pasará y que la libertad será de nuevo un sueño por el que seguir luchando.

Los talibanes han puesto fecha a su carta de "buenas intenciones", si es que alguna vez las tuvieron, y una vez pasado el 31 de agosto quienes no hayan conseguido salir del país se verán inmersos en una realidad difícil de vivir. Una vida que cada vez nos resultará más lejana, como ocurre siempre con los dramas en países ajenos, y que tampoco será fácil contar al exterior porque la presencia de la prensa internacional en el país está seriamente amenazada, sobre todo para las mujeres periodistas. Entrar al aeropuerto de Kabul es un drama para miles de ciudadanas y ciudadanos que tienen que sortear controles talibanes y hasta renunciar a sus propios hijos para tratar de salvarlos. Y una vez allí esperan durante horas y días para tratar de volar, dejando todo lo que tienen atrás, sabiendo que solo esa huida les salva de lo que en apenas ocho días puede ser un territorio mortal. Dramática cuenta atrás.