omo la UE sigue empeñada en convertir sus fronteras en campos de maltrato inhumanos, yo voy a seguir empeñado en sumar unas pocas palabras para dejar en evidencia el nuevo bochorno que está perpetrando en la muga entre Polonia y Bielorrusia. Ya sé que no digo nada que no haya dicho ya antes y también sé que la sexta ola del coronavirus que se expande por Navarra ocupa buena parte de la opinión pública, pero dedicar esta columna a los miles de personas refugiadas que están siendo machacadas allí tampoco va a restar un ápice de esa atención. No sé si esas personas que buscan refugio en Europa han llegado allí por una nueva pugna geopolítica en la zona, por decisión de las mafias o los estados limítrofes que ganan milles de euros traficando con seres humanos o porque simplemente no tenían otra ruta para intentar lograr su objetivo de huir de la guerra, la miseria y la persecución. Eso es secundario en el drama de unas imágenes que muestran al Ejército polaco atacando con cañones de agua y gases lacrimógenos a esas personas -muchas familias con niños y niñas-, bajo temperaturas heladoras, que se defienden malamente como pueden lanzando piedras y palos. La respuesta a esta nueva crisis humanitaria de Polonia ha sido la respuesta policial a golpes primero y la militarización después con el apoyo cerrado de la UE en su conjunto. De cumplir con los compromisos europeístas de ayuda y protección, ni una palabra. Supongo que esas imágenes vulneran buena parte de la legislación europea en materia de derechos humanos, pero las personas siempre son un sujeto secundario ante las grandes necesidades geopolíticas, económicas y militares. Miles de personas que huyen de Siria, Irak o Afganistán -ya nadie se acuerda de Afganistán-, convertidas en mercancía de intereses políticos o económicos o del simple chantaje de estados no democráticos del otro lado de esas fronteras. Sigue ocurriendo en las mugas con Turquía o con Marruecos, que negocian con esos miles de seres humanos para obtener dinero de Europa o para imponer sus intereses políticos a la UE. Nada en la miseria que padecen las personas refugiadas o migrantes es nuevo. Como mucho, solo va a peor. Quizá lo que más sorprende es el desentendimiento en que permanecemos instalados la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos. Incluso más eso que el crecimiento de las corrientes ultras y racistas que anidan ya en todo el espacio político europeo. Estos son muy pocos si nos movilizáramos los muchos más por los valores democráticos de la vieja Europa en este siglo XXI. Es cierto que han acudido con ayuda humanitaria cientos de polacos para proteger a quienes están siendo reprimidos y perseguidos en esa frontera, como han acudido a las fronteras de Hungría, Italia o Grecia antes y ahora o como siguen surcando el Mediterráneo voluntarios tratando de que la cifra de ahogados en esas aguas sea la menor posible. Pero la realidad es la otra: miramos hacia otro lado. Como mucho, congoja a la espera de que todo pase rápidamente y se tranquilice la conciencia, porque en el fondo lo que queremos es que los refugiados se queden donde estaban antes de migrar y no aparezcan por aquí. Que la larga marcha de los refugiados del mundo no alcance a Europa. Hasta una nueva crisis.