La guerra es una mierda. Las que han sido, las que son y las que serán. Da igual cuando lea usted esto. Los objetivos son siempre los mismos, botín y poder. Las arengas que las justifican lo disfrazan de heroicidad, épica, identidad, ideología y valores, pero los hechos reales solo muestran muerte y destrucción. Infinidad de perdedores y unos pocos ganadores. Ha sido así y será. La invasión ilegal de Ucrania también. Tras 15 días de guerra la única cara visible de la guerra es la misma: un panorama desolador, sufrimiento y violencia. Pero en solo esos 15 días ya se vislumbra la realidad objetiva por encima de las proclamas subjetivas. El negocio. Cuando aparece en la guerra el negocio, las palabras pierden su significado y todo comienza a cambiar de color. Menos el color de la muerte y la desesperanza. La guerra ha impulsado una emergencia energética que llevaba meses labrándose. Las crisis son negocios al fin y al cabo. Y se van encadenando una con otra para satisfacer eso, los negocios.

A la emergencia económica de 2008 le acompañó la creciente emergencia climática -en el Estado la media de los pantanos no llega al 45% en esta época, la más baja desde la sequía de los 90-, y a ambas se les sumó la emergencia sanitaria de la pandemia del coronavirus. Un menú de crisis que ahora se completa con la crisis energética, que está aquí con precios desorbitados y trae como siguiente eslabón de esta temible cadena una crisis alimentaria que puede alcanzar también la condición de emergencia en amplias zonas del planeta que dependen de los graneros de Ucrania y Rusia. Y alrededor de todo ello, los negocios. Como la mafia, no hay nada personal en esto, son solo negocios. Cuando el capital atrapa la pieza, no la suelta. Es depredador. Siempre necesita más. Todas estas emergencias tienen un alto coste humano. Miseria, refugiados, exilio, hambre, migraciones, desarraigo, violencia... Pero suponen miles de millones de euros, yenes, dólares, rublos o ahora criptomonedas. Un botín al que nadie quiere renunciar. Es la otra guerra, la de llegar a tiempo al tren del reparto. En realidad, el reparto del botín había comenzado ya antes del comienzo de la guerra. Los vencedores no están en las trincheras ni se acumulan en las fronteras de la huida. Hacen su guerra sin sangre desde oficinas y despachos. Juegan unos con otros para llevarse la mejor parte del botín. No vale engañarse con esto. La guerra siempre ha sido un lugar de oportunidades. Del estraperlo a los especuladores de los mercados. Nada nuevo. A menos escrúpulos, más oportunidades. Petróleo, gas, energías varias, logística, trigo y maíz, agua, fertilizantes, piensos, minerales, bosques, aceite...

La lista de oportunidades irá creciendo. Siguen muriendo personas allí lejos en la guerra y millones huyen a la desesperada, pero el reparto del botín es ahora la prioridad. Perdemos todos los demás. Ucrania, Rusia y Europa en primera línea de perdedores. Putin es un hijo de puta, seguro. El único responsable, por supuesto. Ya lo era antes, cuando una foto con Putin valía una portada y millones en acuerdos. Escribo esto para que no te señalen ahora que la propaganda impone las consignas de una verdad oficial. Si siempre ha sido jodido este curro de juntaletras, en tiempos de guerra y negocios, más. Y así acabo más tranquilo esta pequeña columna.