Pamplona, al igual que todos los municipios que cuentan sus habitantes por miles, se encuentra inmersa en el objetivo de reducir los atropellos a cero. En aras de hacer realidad ese propósito, más de 400 de sus calles tienen limitada la velocidad a 30 kilómetros hora desde hace tres años y la inmensa mayoría de los pasos de peatones han ganado en visibilidad al haberse retirado los aparcamientos que estaban más próximos. Además, decenas de reductores de velocidad se encargan de que a los conductores menos respetuosos con la ordenanza municipal no les quede otro remedio que levantar el pie del acelerador si no quieren que su coche se vaya descuajaringando cada vez que pasan por uno de ellos. Y aun siendo más que compartido ese objetivo de evitar atropellos, llama la atención la variedad de artefactos instalados sobre la calzada sin un aparente criterio uniforme hasta el punto de convertir cualquier desplazamiento por la ciudad en algo parecido a una gincana urbana. Lomos de asno, cojines berlineses, bandas reductoras, pasos de peatones sobreelevados y gomas están desperdigados por la city y los municipios de la Comarca en una especie del libre albedrío al que apelaba el gran José Luis Cuerda en Amanece que no es poco. Seguramente tendrán su justificación, pero cuesta entenderla, y en algunos casos dañan las suspensiones de los coches por muy despacio que se transite sobre ellos.