Ya es extraño, pero hay una coincidencia generalizada en los anuncios catastrofistas y apocalípticos que se están lanzando una día sí y otro también de que vienen tiempos por delante duros y dolorosos. Sangre, sudor y lágrimas. Digo que es extraño porque el mañana siempre es incierto. Es eso, lo incierto del devenir lo que hace grande la realidad de desconocer el futuro. A mi no me gustaría conocer mi futuro, prefiero la libertad que otorga lo desconocido por conocer. Pero los signos de los oráculos parecen mostrar que la suerte está echada. Para mal. De que la llegada del lobo ya no es un aviso, sino que ya está aquí. La Reserva Federal de EEUU acaba de subir los tipos de interés para tratar de contener la inflación al alza avisando que ese camino traerá dolor para las familias –desempleo, hipotecas, ahorros, prestaciones públicas...–, y empresas. Cuando dice empresas no habla de las grandes corporaciones multinacionales y los fondos que controlan los sectores estratégicos y acaparan como alma que lleva el diablo todos los bienes del planeta, se refiere más bien a las pequeñas y medianas empresas, autónomos, comerciantes, etcétera. También las autoridades políticas, monetarias y bancarias de la UE han hablado de los tiempos durísimos que vienen. No aportan otra reflexión que esos escenarios de una certidumbre desastrosa. Basta con alimentar el miedo. Nada más. Vuelta a 2008 y 2011. Las soluciones vuelven a apuntar al empobrecimiento, pérdida de calidad de vida e inestabilidades sociales que recaerán otra vez sobre las espaldas de las ciudadanas y ciudadanos. Un regreso al mismo discurso que aplicaron como cirugía sin anestesia en esas crisis económicas y financieras. Las responsabilidades, lejos de estos protagonistas de las elites de la burocracia política, empresarial y financiera occidental. Hablan y nos lanzan los sermones de un nuevo infierno aquí en la Tierra como si ellos no tuvieran nada que ver en el cómo y el por qué Europa y EEUU han llegado esta situación de una emergencia climática que conlleva concatenadas crisis. Como si estuvieran en unos púlpitos situados en unas cómodas alturas a las que saben seguro que las consecuencias que se avecinan no llegarán ni les alcanzarán. Es el fruto de la tecnocracia política neoliberal y mercantilista. Ya resuenan al mismo tiempo de nuevo con fuerza esos mensajes de culpa que señalan a los ciudadanos como responsables de lo que venga. Si es malo. Se señala el mantra que resume las causas de cada crisis con el argumento de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¿Quiénes? Ellos, supongo. Hablan de un tiempo de abundancia que se acaba porque hemos gastado de más, tenemos más derechos que nadie, nos ido haciendo vagos, disfrutamos de una sociedad que prioriza el ocio, vivimos cómodamente en la despreocupación y además envejecemos porque hemos elegido egoístamente dejar de tener hijos. ¿De qué abundancia hablan? De la suya supongo. Esa es la trama central del discurso que perfeccionan en cada crisis con el fin de cambiar democracia y derechos humanos por autoritarismo, explotación laboral, guerra, control cibernético, privatización de los bienes básicos de vida y control de las materias primas.