Hace unos años, más de 10 seguro, escribí una columna en este mismo espacio señalando que “el viejo fantasma que periódicamente logra la fanatización social o religiosa suficiente para practicar la eliminación de millones de seres humanos sólo por ser diferentes volvía a recorrer Europa”. Creo recordar que el argumento entonces se centraba en la deportación masiva decretada de personas de etnia romaní decretada por el entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy. El fantasma ha crecido, ha aumentado su poder y hoy ya ha logrado desplazar en buena parte de la UE la democracia hacia el autoritarismo. Sin ir más lejos, tras las últimas elecciones en Suecia, la extrema derecha se ha situado como segunda fuerza política y negocia con la derecha tradicional –que también ha escorado su discurso hacia posiciones ultras–, la formación del nuevo Gobierno. La última pieza cobrada por el fantasma negro. Se suma a Polonia, Hungría y a una Grecia que avanza hacia ese mismo modelo. Todo indica que Italia también con todas las encuestas anunciando la victoria electoral del partido neofascista Hermanos de Italia. La vulneración de los derechos fundamentales del periodista Pablo González o la conjura de un grupo de jueces españoles para bloquear la renovación del Poder Judicial y mantener en favor del PP el control político del órgano son otros dos ejemplos del deterioro de la democracia en Europa y del asalto a las bases y principios del Estado de Derecho. Se puede añadir también que en el Estado español, Vox ya comparte el poder autonómico con el PP en Madrid y Castilla y León y tiene la puerta abierta a un acuerdo si fuera necesario para que Feijóo llegue a Moncloa. No son excepciones. La extrema derecha o la derecha más extremista están consolidadas en Francia, Alemania o Portugal. La desvergüenza de quebrar los principios fundacionales de la Unión Europea, la base de solidaridad de un modelo de convivencia basado en los derechos humanos, y la deshumanización como ejes ideológicos aparecen de nuevo en la negra historia de la humanidad. Ese camino siempre tiene el mismo recorrido: un discurso falso sobre seguridad ciudadana, con claros tics antidemocráticos en el espacio de los derechos civiles, sociales y laborales, un populismo xenófobo en la inmigración, la persecución de las minorías y la exaltación simbólica de un nacionalismo patrio casposo y cochambroso. Un modelo que se encamina a ojos cerrados hacia un sistema reaccionario y autoritario como sustituto de la democracia. Ese avance ultra es la mejor metáfora del alejamiento –aún más en este siglo XXI–, de los principios originarios de solidaridad, justicia y derechos humanos del proyecto europeo. Malos tiempos. La ultraderecha se escuda en los mismos derechos democráticos que pretende eliminar –que está eliminando de hecho allí donde ha logrado espacios de poder institucional–, para polarizar el debate político y alimentar la confrontación social. Blanquear al fantasma negro es el peligro. Ya no hay vuelta atrás. Solo desastre y sufrimiento. A la UE solo le queda recuperar su esencia original. Lo peor es que ahora de nuevo Europa guarda silencio y mira hacia otro lado. Y ya siento que es muy tarde para eso. El deterioro de la democracias europea y del Estado de derecho europeo es también el de Europa.